Desde que he visto las imágenes de la masacre de Bucha no puedo pensar bien. Es como si todas las ganas de armar un discurso se me hubieran ido por el desagüe. Aunque, en honor a la verdad, debo decir que sí he estado pensando, pero solo cosas absolutamente irracionales, si se me permite el oxímoron, ocurrencias movidas por la tristeza y la rabia. Por ejemplo: he pensado en el horror de los momentos previos a los disparos o incluso en lo que deben de estar sufriendo los familiares supervivientes. O sea, más que pensar, he estado sintiendo.

Pero todo ha empezado a cambiar cuando le he echado un vistazo al planeta y me he dado cuenta de que la gente también anda sumida en un estado de shock parecido. Las columnas, las tertulias, las redes sociales, las conversaciones cara a cara coinciden en el horror de la tragedia, repiten, como lemas aprendidos, los titulares de las noticias, comentan las imágenes más escabrosas y coinciden en la necesidad de una respuesta acorde al crimen cometido.

Es esta unanimidad lo que más me mosquea, y no porque dude de la veracidad de las imágenes, sino porque sean estas lo único que al parecer influye en las conciencias. Que ello sea así, que se cumpla una vez más el tópico de que ni mil palabras pueden equipararse al valor de una imagen, únicamente significa que la opinión pública, fundamentada en conceptos, en argumentaciones, en ciertas ideas fuerza, en una reflexión previa, ya ha dejado de existir. Y que en su lugar se ha instalado algo muy distinto, algo que apela a lo más básico que poseemos, a lo que no requiere explicación o contexto. Algo como la emoción.

Nunca el recurso a las emociones ha sido tan incesante y ubicuo como ahora. Nos comunicamos con emoticonos, depositamos la nueva fe pedagógica en la educación emocional y en el bienestar y en la felicidad de los estudiantes, un acto público nos gusta cuando es emotivo, buscamos emociones fuertes en el sexo o los deportes de riesgo y, como ya se ha dicho, las noticias mueven las conciencias cuando las imágenes van al centro de nuestra emotividad.

Las emociones están por todas partes, pero lo que resulta más perturbador es que se hayan convertido en un valor social positivo, en la marca necesaria para que algo sea considerado como verdadero.

¡Si Platón levantara la cabeza!

Un comentario en “Emoción pública

  1. Y estoicos, y epicúreos, y escépticos… Lathe biosas! Las pasiones, las emociones imperan por encima de la razón. Ya no nos guiamos por la naturaleza, fuente de virtud y felicidad. Ay de la filosofía, ay de la vida sin ella …

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