Hay algo en la narración que subyuga la mente de quien la escucha, un poder que hace que el mensaje llegue al receptor abarcando al mismo tiempo la razón y las emociones. Las buenas historias nos atrapan al instante, así que el arte de contarlas siempre ha tenido como objetivo guiar la opinión de las personas. Lo sabían los chamanes de las tribus neolíticas, los evangelizadores cristianos y los líderes de las grandes revoluciones. Los ingleses llaman hoy a esto «storytelling», y nosotros, siempre a rebufo del imperio a pesar de que poseemos un idioma mucho más rico, lo hemos traducido, ay, como «relato».
Uno de los grandes maestros del relato fue Ronald Reagan, que basaba su retórica en mensajes sencillos e impactantes para controlar la opinión pública. Cada día apostaba por una anécdota (the line of the day) que debía salir en los medios para que todos hablaran de ella. En los negocios aplicaron pronto esta técnica a la publicidad y a la gestión empresarial, así que actualmente no hay político ni CEO que no tengan a su servicio a algún experto storyteller entre sus consejeros áulicos. No es extraño que esto sea así, ya que la posmodernidad, sumida aún en la superstición de que todo es lenguaje, utiliza el relato, no solo para persuadir en favor del interés de quienes lo utilizan, sino para cambiar el mundo. Aunque parezca un delirio, la gente con poder está convencida de que la realidad se puede crear en un despacho o en una tormenta de ideas.
Pero no solo vivimos en una época de historias, sino también de eufemismos, y lo que parece una aportación de la posmodernidad no es más que una adaptación de lo mismo de siempre. Por ello, el arte de contar, enfocado en exclusiva a conseguir un beneficio egoísta, es en realidad el arte de engañar. Y por ello, tras esa mala traducción al español de «storytelling», se esconde la mentira, el bulo, la patraña de toda la vida. Nunca el engaño ha sido tan masivo como ahora; jamás hubo antes tantas oficinas, departamentos e instituciones creados para influir en el hombre corriente.
Cómo cambiaría el cuento (nunca mejor dicho) si, a partir de ahora, cada vez que un periodista utilizara la palabra «relato» para referirse a la versión de un hecho de la actualidad, nosotros la sustituyésemos inmediatamente por «mentira». Qué rápido se desmoronaría el decorado.
Imagen: Las memorias de un santo. René Magritte.