Si tu hijo te dice que su vida es una mierda, no intentes convencerlo de lo contrario; cuanto más lo hagas, más fácil le resultará seguir compadeciéndose de sí mismo. Tan solo limítate a actuar indirectamente, como de soslayo. Es decir: asume, con la mayor despreocupación posible, que su vida es una mierda si quieres que algún día deje de pensar que lo es. Su lamentación no constituye una idea, ni siquiera un sentimiento, sino el colofón recurrente que convierte la tristeza en un hábito. No te preocupes, deja que hable. Estar triste le permitirá encontrar luego esos momentos de plenitud que únicamente podrá regalarle la madurez.
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