Las arenas de Tatooine

Lo único que me gusta de la última trilogía de Star Wars son los minutos iniciales de la primera película, cuando se suceden los planos del desértico Tatooine, de cuyas dunas emergen los restos de un destructor imperial. Me recuerdan a los grabados de Piranesi, donde los vestigios de la Antigüedad aparecen invadidos por el tiempo y la maleza. Si preguntáramos por el origen de esas ruinas a los extraños seres que sobreviven desguazando naves estelares de épocas heroicas o a cualquiera de los pastores piranesianos que llevan su rebaño a la sombra de algún acueducto romano semiderruido, no sabrían qué responder, enmudecidos por la intuición de una presencia desmesurada e inevitable que los supera.

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