Siempre es la misma sensación: antes de despertar, soy consciente de que estoy despertando. El sueño parece que se ha desvanecido, que emerjo a la realidad del dormitorio. Sin embargo, de pronto, detecto una presencia; unas veces se trata de una sombra, otras adquiere la forma de alguien con el rostro emborronado y terrible. Quiero moverme entonces, huir cuanto antes, pero no puedo. Un peso enorme me aplasta contra el colchón y me es imposible abrir los ojos porque tengo los párpados pegados. Hasta que despierto transcurren unos segundos en los que creo estar lúcido. Soy capaz incluso de esperar a que todo pase y de decirme palabras tranquilizadoras para sobrellevar el mal trago.
Seguir leyendoMes: mayo 2024
Sayonara, cine
No hay género artístico más determinante en mi vida que el cine. Más incluso que la literatura o la música. Existen libros que me han marcado profundamente, por supuesto, y canciones que parecen haber sido compuestas para mí. Pero sólo el cine es capaz de añadir a esas experiencias un trasfondo emocional que raras veces he encontrado en otros lugares. Y, sobre todo, una obstinación, una profesión de fe que hace que cualquier instante del pasado tenga su referencia cinematográfica.
Seguir leyendoCivilización
Como todos los países, España alberga muchos pecados originales, pero, a diferencia de sus vecinos europeos, el del nacionalismo no está entre ellos. De hecho, casi siempre han pinchado en hueso los intentos de inocularle un veneno de esa índole; veneno que, cuando ha hecho efecto, nunca ha pasado del folklorismo decimonónico o de la retórica nacionalcatólica, tan infértiles ambos como la mayoría de los pedregales donde encalla la historia.
Seguir leyendoLa destrucción o el amor
Están casi todos. A la izquierda, vemos de pie a Miguel Hernández, seguido de Leopoldo Panero, Luis Rosales, Antonio Espina, Luis Felipe Vivanco, José Fernández Montesinos, Arturo Serrano Plaja, Pablo Neruda y Juan Panero. Sentados (de izquierda a derecha también) se encuentran Pedro Salinas, María Zambrano, Enrique Díez-Canedo, Concha Albornoz, Vicente Aleixandre, Delia del Carril y José Bergamín. El del suelo es Gerardo Diego. La foto está tomada el 4 de mayo de 1935, en el Restaurante Biarritz de Madrid. Todos se han leído. Todos se admiran. Todos se envidian amigablemente. Los suponemos después de la comida. Sonríen relajados. Quizás alguien haya gastado alguna broma. Tal vez continúen con una conversación iniciada antes del posado. Se reúnen para homenajear a Aleixandre, Premio Nacional de Literatura por su libro La destrucción o el amor. Y es esto precisamente lo que otorga a la imagen una suerte de trágica ironía. Porque un año después de aquel amoroso ágape, algunos de ellos intentarán destruirse mutuamente.
Seguir leyendoAgentes del orden
Últimamente tenemos mala prensa los ordenados. Desde hace más de dos siglos, para ser más precisos. Hay que reconocer que el Romanticismo hizo un buen trabajo con la humanidad. Tanto que consiguió infiltrarse hasta en lo más recóndito del imaginario de la gente. El mito del espíritu atormentado que se enfrenta a la incomprensión de la masa llegó incluso al ámbito doméstico. No es de extrañar que ahora, en la época de ese epígono del héroe romántico que es el individuo narcisista, las personas ordenadas aparezcamos como las representantes de una suerte de tiranía llamada a uniformar las conciencias de los caóticos. A sacarlos de su singularidad irrepetible. A impedirles desarrollarse en libertad.
Seguir leyendoLa isla
Tengo una teoría: la lengua no la hacen los hablantes, sino que es la lengua la que hace a los hablantes. Esto concuerda con lo que Tolkien aseguraba que había sido su verdadero propósito al crear la Tierra Media: dar hablantes al quenya, el primer idioma élfico que había estado desarrollando desde su juventud. Mi teoría sigue el orden tolkiano, que es, en el fondo, el de todas las cosmogonías. Primero la palabra y después el mundo. Primero el «fiat lux!» originador de la luz. El sonido articulado en el verbo creador. La música de las esferas.
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