Tengo una teoría: la lengua no la hacen los hablantes, sino que es la lengua la que hace a los hablantes. Esto concuerda con lo que Tolkien aseguraba que había sido su verdadero propósito al crear la Tierra Media: dar hablantes al quenya, el primer idioma élfico que había estado desarrollando desde su juventud. Mi teoría sigue el orden tolkiano, que es, en el fondo, el de todas las cosmogonías. Primero la palabra y después el mundo. Primero el «fiat lux!» originador de la luz. El sonido articulado en el verbo creador. La música de las esferas. 

Mi teoría establece que somos las personas las auténticas subsidiarias de la lengua que hablamos, porque, cuando nacemos, esta ya está siendo utilizada por los hablantes que nos antecedieron. Es la lengua la que nos acoge para existir, y no al revés. Es la lengua la que nos requiere, del mismo modo que el quenya exige elfos que lo hablen, para alcanzar la entidad de lengua viva.

Ahora bien, son también los hablantes los únicos que pueden acabar con ella. He aquí la eterna paradoja de las lenguas. Que todas nacen para ser sacrificadas por quienes se supone tienen la capacidad de perpetuarlas. En el momento en que un hablante llega por primera vez a su lengua, el asesinato comienza a consumarse lentamente. Un error gramatical al principio. Luego un cambio fortuito de significado. Una falta de ortografía. Una mala pronunciación. Un vulgarismo. La intromisión colonialista y homicida de otro idioma. Los lingüistas llaman evolución a lo que no es sino la putrefacción de un cadáver.

Mi teoría es la única que ofrece una solución a semejante dilema, porque, entre la muerte por ausencia de hablantes y la lenta degradación hacia la nada, concibe un lugar donde las lenguas puedan ser eternas, una isla que las aparte de la mayoría corruptora pero que, al mismo tiempo, acoja a una minoría de robinsones que las mantengan incólumes y perfectas, aunque ello suponga convertirlas en una suerte de élfico cada vez más incomprensible. Esa isla es la literatura, donde todas las lenguas son capaces de brillar como Eärendil en un cielo de verano.

Las lenguas no sólo mueren cuando dejamos de usarlas, sino cuando dejan de ser bellas e imperecederas. Más de un escritor debería cerrar para siempre su ordenador portátil si fuera consciente de la inmensa responsabilidad que tiene con lo que escribe.

2 comentarios en “La isla

  1. Me recuerda en parte a la tesis sartreana del existencialismo ateo: La existencia precede a la esencia. El hombre está solo y condenado a ser libre. Saludos!

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