Peter Greenaway dijo una vez que el cine no se había inventado todavía porque nadie había podido desvincularlo de la literatura. Lo dijo en 1991, cuando presentaba Prospero’s book, una versión (ironías de la vida) de La tempestad de Shakespeare. Muchos consideraron que aquellas declaraciones eran una muestra de la extravagancia que lo caracterizaba, pero el director inglés solo había incurrido en una sola rareza: ver en esa vinculación una servidumbre de lo cinematográfico, cuando, en realidad, el cine y la literatura siempre han sido la misma cosa. De hecho, el alma del cine es literaria, y más concretamente narrativa. Rodar una película o escribir una novela son dos maneras distintas de contar una historia. Por eso, en el siglo de lo audiovisual, la evolución natural de la novela no ha podido ser otra que el cine.
Estoy seguro de que, dentro de mil años, la conclusión de los historiadores de la literatura será unánime: las mejores novelas de la última mitad del siglo XX no fueron escritas sino filmadas. Para demostrarlo, solo tendrán que mencionar algunas de las innovaciones narrativas que el cine aportó desde el principio y que las novelas habían ignorado a causa de sus propios límites formales. Innovaciones que gozaron de la misma trascendencia que las que la escritura impuso a la oralidad en su momento, y que finalmente lograron que el cine terminara sustituyendo a la novela en la milenaria labor de la creación de mitos. A este respecto, lo más probable es que no les cueste descubrir que, en la época de la clase media, las películas fueron las novelas que mejor se adaptaron al nuevo hábitat. Y que las otras, las de letra impresa, no tardaron en desaparecer, absorbidas por la irrelevancia cada vez más patente de lo que antaño se llamó alta cultura.
Y de esa forma, los historiadores del futuro se verán obligados a admitir que el cine llegó a ser superior a la moribunda novela. Y, para demostrarlo, señalarán el hecho de que, mientras que no resultó nada extraño que una adaptación cinematográfica superase al original literario (y pondrán el ejemplo de El padrino, pero también de cualquier pieza teatral del montón que Hollywood, en sus años dorados, convirtió en una obra maestra), el caso contrario fue prácticamente imposible.
Y que esa superioridad duró unas cuantas décadas. Hasta que la realidad aumentada y los videojuegos cambiaron el mundo para siempre.