Aún no me he rendido; me siguen importando las cosas. A pesar de la época que me ha tocado vivir, me esfuerzo en mantener vivo el atavismo que me une a ellas. Atavismo, sí. Porque, hasta el siglo XXI, las cosas eran una extensión del ser humano, la materialización de su conciencia. Por las cosas el arqueólogo reconstruía el pasado y el heredero su memoria. Hasta ayer mismo, eran cosas lo que exponían los museos y llenaban nuestros salones. Lo que escondía un niño en su caja de tesoros. Lo que desembalaba el viajero cuando llegaba a su destino. Borges escribió de ellas que durarían más allá de nuestro olvido. Mil veces tocadas y contempladas como talismanes sagrados. Cercanas y apaciguadoras como la voz de una madre. Testimonios sólidos de nuestro paso por el mundo.

Pero el siglo XXI es la época en que las cosas están dejando de existir, sustituida su materialidad por la inevitable vaporosidad de la nube. En la nube guardamos la música que nos gusta y las películas que cambian nuestras vidas, las páginas que escribimos y las fotografías que captan un instante memorable. Nos hemos despojado de lo material sin ser ascetas. Hemos cedido a lo incorpóreo sin ser ángeles o espíritus. No son tiempos líquidos; son tiempos gaseosos. ¿Qué desenterrarán de nosotros dentro de mil años? ¿Qué podrán decir cuando la vida que dejamos dependió de una clave de acceso a teras de información que se olvidó cuando morimos?

Por eso, he decidido no rendirme todavía. Mi hija tendrá los libros que hoy sigo comprando. Aunque sea una molestia para ella y termine deshaciéndose de la mayoría, en mis cosas podrá recordarme tal y como fui. Ocuparé un espacio en los hogares que habite. El lomo de la Odisea le será familiar, y las fundas de algunos DVD le devolverán recuerdos que creía perdidos. Pero ¿y ella? ¿Qué les quedará de ella a sus hijos si sus cosas caben en un móvil, en un portátil como mucho? ¿Cómo será la vida de todas aquellas generaciones que, a partir de ahora, deban adaptarse a la volatilidad de una biografía descosificada y sin raíces?

«No tendrás nada y serás feliz», auguró la danesa Ida Auken en el Foro Económico Mundial de 2016. Quizá sea esa la mejor manera de describir cómo vivirá la gente de la única civilización que pasará por la historia sin dejar rastro.

Imagen: Un gabinete de curiosidades. Frans Francken el Joven.

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