El tiempo es el olvido. Nacemos para dejar de ser recordados. No hay paradoja más terrible que esta, ni más bella. Pese a que solo estamos aquí para generar otras vidas, para depositar nuestros genes en otros cuerpos, al final seremos devorados por la oscuridad amnésica de los siglos. A partir de la sexta generación, la probabilidad de descender genéticamente de nuestros antepasados es del uno por ciento, y del uno por mil desde la vigésimo tercera. Así que todo lo que somos, todo aquello que volcamos en quienes nos suceden terminará diluyéndose en el infinito caldo del tiempo.

Pero hay una manera de escapar a esta condena. Una sola. Muchos la han intuido, por supuesto, aunque quizá sea William Shakespeare el que mejor la haya descrito. Y todavía sigue engastada, como una presea, en uno de sus más hermosos pentámetros yámbicos. Shakespeare se pregunta en el soneto sesenta y cinco cómo salvar la belleza de la devastación a la que el tiempo somete la totalidad de las cosas si ni siquiera el bronce, la piedra, la tierra o el mar sin límites («boundless sea») han de escapar a su poder. Muy sencillo, responde al final, basta con que se dé el siguiente milagro: «That in black ink my love may still shine bright». Es decir (y discúlpeseme la traición del endecasílabo): «Que por siempre en la tinta mi amor brille». 

En la tinta. En la escritura. En la palabra. Solo allí se puede guarecer a la persona amada del tiempo y del olvido. Y guareceros también vosotros, poetas de la memoria. ¿Seréis recordados por aquel verso que escribisteis? Quién sabe. Pero si jamás lo hubierais escrito, si nunca hubieseis convertido la cosa en un nombre, no existiría ninguna posibilidad de serlo. En la sublimación del lenguaje reside esta alquimia inmortal. Porque la única máquina de eternidad que existe es vuestra literatura. Todo, quimera y realidad, historia y fantasía, pervive en los engranajes gramaticales que seáis capaces de inventar.

Escritores del presente y del futuro, sabedlo: ni siquiera el arte puede escapar a la extinción genética. El mármol se erosionará, se oscurecerá el óleo sobre el lienzo, la música se silenciará apenas escape de los violines. Únicamente la literatura permanecerá. En lo escrito o en lo oral, en el palimpsesto, en la versión, en el plagio, eso da lo mismo. Pero permanecerá. Y vosotros tendréis que estar a la altura.

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