En la tinta

El tiempo es el olvido. Nacemos para dejar de ser recordados. No hay paradoja más terrible que esta, ni más bella. Pese a que solo estamos aquí para generar otras vidas, para depositar nuestros genes en otros cuerpos, al final seremos devorados por la oscuridad amnésica de los siglos. A partir de la sexta generación, la probabilidad de descender genéticamente de nuestros antepasados es del uno por ciento, y del uno por mil desde la vigésimo tercera. Así que todo lo que somos, todo aquello que volcamos en quienes nos suceden terminará diluyéndose en el infinito caldo del tiempo.

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Pausa hispánica

La relación de lo sucedido en los festejos no escatima detalles. Se celebra el nombramiento de don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, como nuevo virrey del Perú, y las autoridades deciden organizar unas justas en su honor. Desfilan siete carros muy bien engalanados, llevando todos ellos un cortejo donde no faltan la música de atabales y chirimías ni los colores encendidos de los ropajes tradicionales de la zona. Vemos en la parada al fornido Bradaleón, al dios Baco, a la Ira, a la Pobreza, al Demonio, a la Blasfemia, al Caballero Antártico vestido de Inca, al Dudado Furibundo, al Caballero Venturoso y al Caballero de la Selva. Hasta aquí, nada extraño. Pero entonces alguien aparece: 

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