Siempre es la misma sensación: antes de despertar, soy consciente de que estoy despertando. El sueño parece que se ha desvanecido, que emerjo a la realidad del dormitorio. Sin embargo, de pronto, detecto una presencia; unas veces se trata de una sombra, otras adquiere la forma de alguien con el rostro emborronado y terrible. Quiero moverme entonces, huir cuanto antes, pero no puedo. Un peso enorme me aplasta contra el colchón y me es imposible abrir los ojos porque tengo los párpados pegados. Hasta que despierto transcurren unos segundos en los que creo estar lúcido. Soy capaz incluso de esperar a que todo pase y de decirme palabras tranquilizadoras para sobrellevar el mal trago.

Lo llaman parálisis del sueño. Se supone que el cerebro despierta antes que la mayoría de los músculos del cuerpo, de ahí que el que lo experimenta sienta siempre esa angustiosa inmovilidad. No es una enfermedad sino una simple alteración en los sistemas de hormonas y neurotransmisores como la orexina y la serotonina. Las causas que se aducen son el estrés, los horarios demasiado irregulares o el solo hecho de dormir bocarriba. 

No obstante, en el pasado, la parálisis del sueño fue tenida por algo más importante, tanto que incluso motivó el significado original del vocablo «pesadilla», que, según el Diccionario de Autoridades, hacía referencia a «tener sobre sí un gran peso, que no le dexa resollar, o mover». Seguramente, muchos fenómenos que han descrito apariciones espectrales partieron de una experiencia semejante. Íncubos que se subían encima del cuerpo de las muchachas dormidas para mancillarlo. Súcubos en forma femenina que hacían lo propio con los hombres. Presencias extrañas, imposibles, que convertirían lo onírico en la consabida puerta entre dos realidades. 

La parálisis del sueño es lo más cerca que he estado nunca de lo sobrenatural. De hecho, se trata de una vivencia tan perturbadora que se me suelen quedar cortas las descripciones meramente fisiológicas o conductuales. No puedo evitarlo. Entiendo mejor a los fantasmas del más allá que a los ácidos aminobutíricos del más acá. Me dice muchísimo más la visita nocturna de algún trasgo que el receptor 5-HT2A. 

La ciencia lleva siglos metida en una guerra que jamás podrá ganar. En cada explicación racional percibimos siempre algo insatisfactorio y hasta decepcionante. Como si el desencantamiento científico nos alejara del mundo. Como si este mundo, pese a lo que se diga, nunca fuera suficiente para nadie.

Un comentario en “Pesadilla

  1. Me ha pasado. Una vez con mucha intensidad. Estuve minutos muy largos sin poder mover ninguna parte del cuerpo.

    Me ha gustado mucho el relato y la maquetación con esas uñas de Freddy Krueger.

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