Hay en la arquitectura comunista un evidente lustre religioso. Por mucho que, en apariencia, lo nieguen los fundamentos sobre los que se erige, así lo demuestra la grandilocuencia de su monumentalidad. Puesto que no busca la belleza, se trata de un esplendor que apenas esplende y pasa desapercibido para el observador despistado. Pero está ahí, como la manifestación de una avergonzada autoconciencia. Queriendo, al mismo tiempo, callar y confesar que no sólo se siente consagrada, sino que estarlo es el único objetivo que persigue.

Como todo hecho religioso, la arquitectura comunista también se debe a una fe y a un evangelio. Sin embargo, la impostura de su laicidad hace que se vuelva cuidadosamente equívoca. Tanto como la ideología que la nutre. Predica la descreencia cuando, en el fondo, es la más creyente de todas. Mata a Dios haciendo de su muerte una doctrina. Sustituye al sacerdote por el comisario y el burócrata. Tiene mártires a los que rinde culto. Y exige también una feligresía devota que, ritualmente, se congregue en torno a los edificios que mejor la representan. 

Por eso, al Mausoleo de Lenin  acuden los rusos como los palmeros a los santos lugares de Jerusalén. Y la Casa del Pueblo que ordena construir Ceausescu tiene la rotundidad imposible de un Escorial descabezado e hiperbólico. Y el Palacio de la Cultura y de la Ciencia de Varsovia se parece a la Giralda de Sevilla. Todos ellos son centros que detentan los atributos de la sacralidad. Templos donde el poder político se diviniza a fuerza de hacerse único y eterno. Ombligos de un mundo que, durante décadas, tratan de usurpar la liturgia de las religiones tradicionales y que, como ellas, adquieren al final la envergadura que el tiempo les otorga: la de unas reliquias que muestran el silencioso estrépito de su fracaso.

«El siglo XXI será religioso o no será», dicen que dijo alguna vez Malraux. Aunque, al parecer, la frase correcta había sido: «el siglo XXI será espiritual o no será». En todo caso, supongo que el motivo de que profiriese una sentencia semejante fue que pensaba que el siglo XX no había sido ni religioso ni espiritual, y que, atendiendo al consabido péndulo de la historia, habría de serlo el que lo seguiría. Pero se equivocaba en su vaticinio el francés, no porque no acertara con nuestra centuria, sino porque no supo ver que la suya era profundamente religiosa.

Imagen: Palacio del Parlamento de Bucarest.

4 comentarios en “Arquitectura comunista

  1. Leo tu nueva entrada y reconozco la foto del edificio que la encabeza. Casualmente, en estos días estoy terminando de leer «Cegador» de Cartarescu:

    «De hecho, la Casa del Pueblo no era un edificio, era todos los edificios a la vez, de todas las épocas y de todos los continentes. En el cuerpo de mamut de la quimera ceauşista reconocías la Universidad Lomonosov, el faro de Alejandría, el Empire State Building, los zigurats y las pirámides, el Reichstag, la Torre de Babel, incluso las construcciones ciclópeas en las profundidades del mar en las Canarias, vestigios de la Atlántida, incluso los inmensos cilindros de granito de Tiahuanaco, incluso las construcciones de Cidonia, la Cara, la Fortaleza y la Pirámide, pues todo lo que había alzado alguna vez la soberbia humana o angelical, la vanidad de las caracolas que duran un instante y que albergan el cerebro blando de la humanidad, para yacer después, hechas añicos, junto a billones de otras caracolas en la orilla del gigantesco océano, se reencontraba aquí, en esa mastaba salpicada de ventanas en el desierto central de una ciudad en ruinas.«

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  2. Tal vez puedes comenzar por algún cuento suyo como «El ruletista», incluido en «Nostalgia», y si te gusta su estilo mi gran favorita es «Solenoide». Tiene algo de obsesivo, y un mundo propio onírico que puede resultar difícil de digerir, pero incluso así me parece fascinante.

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