El corte es profundo, tanto que la sutura, de producirse, tardará décadas en cerrarlo. A un lado quedan los políticos, sus patrocinadores en la sombra y los palmeros mediáticos que los sostienen, dedicados todos a instilar el veneno de la discordia civil. Al otro, los individuos que, ante una tragedia nacional, se ayudan y se protegen. Qué mal trago estarán pasando ahora las banderías del Congreso de los Diputados al escuchar el testimonio del hombre anónimo que saca del coche a la mujer anónima antes de que el agua los arrastre. O al enterarse de que un montón de desconocidos son capaces de coordinarse improvisadamente para ponerse a salvo en una autopista anegada. ¿Y las dos Españas?, se preguntarán sin percatarse todavía de que las únicas dos Españas que existen son ellos y nosotros.
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La amenaza de la historia
Podemos estar tranquilos. El enfrentamiento social no ha llegado todavía. El verbo despreciativo y violento no ha salido del Congreso de los Diputados ni de las redes sociales. No ha ensuciado el vituperio la tienda de barrio. Se mantiene limpia de odio la atmósfera de las ciudades. Los compañeros de trabajo no se insultan ni los matrimonios se querellan. El ruido y la propaganda de los medios de comunicación no han acabado con la silenciosa rutina de la gente. El mundo de allá no ha contaminado la vida de acá. Por ahora seguimos a salvo. La historia no ha invadido nuestra intrahistoria.
Seguir leyendoEspaña
España es el nombre del país donde nací. No recuerdo si mis padres me lo dijeron de pequeño o si lo descubrí por mi cuenta. Supongo que llegué a España con naturalidad, como hacen todos los españoles, en una página de mis libros de texto o en una línea leída con esfuerzo que no entendí al principio. Luego imagino que fui consciente de que España iba unida al idioma que hablaba, a la silueta de una península en un mapamundi, al paisaje que veía desde aquel Dos Caballos de los primeros viajes con mi familia.
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