Instapoetas

Dentro de quinientos años se seguirá leyendo el Romancero gitano, pero casi todos habrán olvidado Poeta en Nueva York. Para un estudiante del siglo XXVI, el primero continuará siendo más accesible que el segundo. La rotundidad de mi aseveración se basa en que esto ya ocurre hoy. El Romance sonámbulo, pese a la dificultad de sus imágenes, llega a más alumnos que Vuelta de paseo. Solo lo que se entiende puede gustar. Es una de las leyes de la lectura. Sin embargo, lo mayoritario en poesía suele provocar desconfianza. La pulsión elitista de saberse una «inmensa minoría» aún pesa en la valoración de la obra. 

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Modernidad

El gran hallazgo de la civilización hispánica se llama modernidad, aunque, para entenderla como nuestros antepasados la concibieron, hay que despojarse de algunos prejuicios y aceptar que no significa progreso. Al menos en literatura. Es cierto que la literatura se hace moderna cuando la realidad se infiltra en los libros y la frontera entre esta y la ficción se desdibuja. Sin embargo, las obras se llenan de criados, pícaros y locos, más que por agotamiento del idealismo, porque la realidad deja de ser literaria. La Celestina aparece cuando se ha acabado la reconquista y la épica ya ha envainado la espada. No hay en ella hechos valerosos, sino acciones que tienen el único objetivo de la supervivencia. No hay enfermos de amor, sino interés. No hay enseñanza moral: hay vida. Pero todo cuanto nosotros, lectores del futuro, consideramos moderno, para aquellos escritores es un desastre. Por eso, el discurso sobre la libertad de la mujer está puesto en la boca de la puta Areúsa, y el del hombre hecho a sí mismo en la fingida autobiografía de un parásito social.

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