Los españoles que visitan el sur de Italia creen que se trata de una zona atrasada y bárbara. Como su actitud no es la del turista septentrional, siempre predispuesto, desde los tiempos del Grand Tour, a descubrir el folclore de las culturas que cree inferiores, les cuesta ver con agrado sus ciudades desastradas y sucias. Piensan que los italianos meridionales (terroni los llaman despectivamente sus compatriotas) se han quedado anclados en una especie de incivilidad atávica, mientras que ellos han sabido aprovechar las oportunidades que les ha brindado el progreso. Movidos por la consabida insolidaridad de clase, esta es la impresión que tienen, sobre todo, los que provienen de regiones que comparten una tradición reciente de subdesarrollo. En qué se parecerán, piensan, el aseado orden de nuestra Sevilla y el caos imposible de su Palermo. ¡Ni punto de comparación!

Sin embargo, lo que ocurre es que España ya no entiende el sur de Italia, y al no entenderlo, está dejando de entenderse a sí misma. Y no sólo por la historia compartida, ni por la familiaridad subyacente entre ambos pueblos. No sólo porque un siciliano suele encontrar más afinidad con un murciano que con un lombardo. Sino por una mera cuestión de supervivencia: todo país que pretenda saber qué es debe conservar el pasado, pero tratando de vivir literalmente en él, evitando siempre la tentación de convertirlo en un parque temático sin alma. La prueba de que España lleva tiempo sin vivir en su pasado es la asepsia cada vez más calculada de sus ciudades históricas. Sus centros monumentales se encuentran prácticamente inhabitados y se han convertido en el atrezo kitsch de una obra destinada al turismo masivo. 

En el sur de Italia, por el contrario, no existe ni un solo palacio barroco en cuyos balcones no ondee la ropa tendida, ni fachada catedralicia donde no haya coches aparcados. En el sur de Italia la mayoría de pueblos costeros no han sido aplastados ni estereotipados por el rodillo del desarrollismo. A diferencia de los españoles, allí mantienen el pasado como un acontecimiento del presente, habitan en él porque todavía lo consideran suyo y se sienten orgullosos. Si sus ciudades nos parecen un desastre, es porque España ya ha olvidado el noble arte, que los terroni siguen practicando, de abandonar las cosas sabiamente al lento discurrir del tiempo inexorable. De hacer de la decadencia la única belleza posible en este mundo.

Imagen de Ana Gil Guirado.

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