Con el tiempo, me he ido reconciliando con el Barroco hispánico. Antes no lo soportaba. Tras su abigarramiento veía una vulgaridad rayana en lo populachero. Era precisamente esta obsesiva proclividad hacia lo popular lo que más me repelía, porque pensaba que toda folklorización del arte era la prueba de que ese arte no valía. El auténtico era aquel que nacía para que jamás se filtrase a la masa, el que requería de ella una aptitud para apreciar lo artístico que, por supuesto, nunca se daría. Un arte para los entendidos.
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