Sayonara, cine

No hay género artístico más determinante en mi vida que el cine. Más incluso que la literatura o la música. Existen libros que me han marcado profundamente, por supuesto, y canciones que parecen haber sido compuestas para mí. Pero sólo el cine es capaz de añadir a esas experiencias un trasfondo emocional que raras veces he encontrado en otros lugares. Y, sobre todo, una obstinación, una profesión de fe que hace que cualquier instante del pasado tenga su referencia cinematográfica. 

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Las mejores novelas del siglo XX

Peter Greenaway dijo una vez que el cine no se había inventado todavía porque nadie había podido desvincularlo de la literatura. Lo dijo en 1991, cuando presentaba Prospero’s book, una versión (ironías de la vida) de La tempestad de Shakespeare. Muchos consideraron que aquellas declaraciones eran una muestra de la extravagancia que lo caracterizaba, pero el director inglés solo había incurrido en una sola rareza: ver en esa vinculación una servidumbre de lo cinematográfico, cuando, en realidad, el cine y la literatura siempre han sido la misma cosa. De hecho, el alma del cine es literaria, y más concretamente narrativa. Rodar una película o escribir una novela son dos maneras distintas de contar una historia. Por eso, en el siglo de lo audiovisual, la evolución natural de la novela no ha podido ser otra que el cine.

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Los nacidos en los setenta

Una de las ventajas sobre el resto de la humanidad que tenemos los nacidos en los setenta es que fuimos niños en los ochenta. Ser niño en los ochenta es uno de esos escasos privilegios generacionales que se dan en la historia. Los de aquella época crecimos en un interludio donde lo mejor de la generación anterior convivió en perfecta simbiosis con los cambios sociales que ya empezaban a darse. Aunque vimos morir el mundo de siempre, aún conocimos la autoridad familiar, el hábito de la paciencia y los veranos interminables. Los programas infantiles nos trataban como si fuéramos personas inteligentes, los colegios seguían enseñando, no sentíamos la tiranía de la imagen y lo más importante que nos pasaba siempre sucedía en la calle. 

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