Si tu hijo te dice que su vida es una mierda, no intentes convencerlo de lo contrario; cuanto más lo hagas, más fácil le resultará seguir compadeciéndose de sí mismo. Limítate a actuar indirectamente, como de soslayo. Es decir: asume con despreocupación que su vida es una mierda si quieres que algún día deje de pensar que lo es. Su lamentación no constituye una idea, sino el colofón que convierte la tristeza de ser joven en un hábito. No te preocupes, deja que hable. Estar triste le permitirá encontrar esos momentos de plenitud que únicamente le regalará la madurez.

De hecho, cuando un joven dice que la vida es una mierda sigue el guion de ser joven. Hay en ello un estupor sincero, por supuesto, pero también un resentimiento que, además de atavismo, tiene mucho de impostura. Cuando somos jóvenes no basta con sentirnos perdidos; la mayoría de veces queremos hacer de esa confusión la puesta en escena de una obra donde nos encanta gritar que todo debería ser de otra manera.

En esa obra, el mundo es una intromisión constante en el presente de la vida que había antes de que existieran los jóvenes, un continuo desear la destrucción del universo anterior a la juventud misma. Los hijos aborrecen la vida ordenada de sus progenitores por considerarla la imagen de un fracaso futuro (muy pocos, siendo jóvenes, desean parecerse a sus padres). Por eso, los fascismos son los grandes aduladores de la juventud, porque se presentan como una lucha a muerte con el pasado. 

La madurez, en cambio, es aristocrática. Quiere mantener el equilibrio jerárquico de un mundo que ha ayudado a construir. Reverencia la ley de la rutina y soporta condescendientemente el absurdo de los jóvenes porque sabe que ellos solos terminarán estrellándose contra el muro de sus propias tonterías. Así que, si tu hijo te dice que su vida es una mierda, siéntate a esperar el instante del gran batacazo y alégrate cuando lo sorprendas tratando de ocultar en vano el chichón de su conciencia. Afortunadamente, ese dolor lo rescatará para el mundo donde, pese a sí mismo, empezará a vivir.

Pero, sobre todo, recuerda: nunca prestes oídos al que dice sentir nostalgia de ser joven; la verdadera nostalgia es un fruto tardío de la niñez, única patria que se pierde para siempre. Quien añora la juventud es porque aún no se ha librado de ella.

Imagen: Merda d’artista, de Piero Manzoni.

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