Hay algo en la narración que subyuga la mente de quien la escucha, un poder que hace que el mensaje llegue al receptor abarcando al mismo tiempo la razón y las emociones. Las buenas historias nos atrapan al instante, así que el arte de contarlas siempre ha tenido como objetivo influir en nuestra voluntad. Lo saben los chamanes neolíticos, los evangelizadores de toda laya y los amados líderes que protagonizan las grandes revoluciones. Los ingleses llaman hoy a esto «storytelling», y nosotros, siempre a rebufo del imperio anglosajón a pesar de que poseemos un idioma mucho más rico, lo hemos traducido, ay, como «relato».
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Persona y personaje
«He llegado al límite de la contradicción entre persona y personaje»
Íñigo Errejón
El distingo es tan semántico como metafísico. En su origen, «persona» (del latín «persona», y esta del griego «prósopon») es la máscara teatral que oculta al personaje. La máscara de Edipo, a través de la abertura de la boca, amplifica el sonido y hace que sus palabras lleguen hasta las últimas gradas del teatro. El espectador griego nunca verá a Edipo, sino la imagen de su máscara. Todos los Edipos de todos los teatros de la Hélade tienen los mismos rasgos y, por tanto, son la misma persona. Sin embargo, el personaje, siempre escondido, son muchos personajes a la vez, tantos como consigue dibujar la imaginación del público. A partir de entonces todo estará al revés durante siglos: la persona será la ficción; el personaje, la realidad que esta ha velado.
Seguir leyendoLa amenaza de la historia
Podemos estar tranquilos. El enfrentamiento social no ha llegado todavía. El verbo despreciativo y violento no ha salido del Congreso de los Diputados ni de las redes sociales. No ha ensuciado el vituperio la tienda de barrio. Se mantiene limpia de odio la atmósfera de las ciudades. Los compañeros de trabajo no se insultan ni los matrimonios se querellan. El ruido y la propaganda de los medios de comunicación no han acabado con la silenciosa rutina de la gente. El mundo de allá no ha contaminado la vida de acá. Por ahora seguimos a salvo. La historia no ha invadido nuestra intrahistoria.
Seguir leyendoLo que los vivos dicen de los muertos
Nunca nadie es el objeto de tantos pensamientos a la vez como cuando muere. Nunca se indaga, se escarba tan profunda y obsesivamente en las escenas compartidas de una vida como cuando esa vida ya se ha acabado. Nunca tantas conexiones cerebrales dedican conjuntamente tanta energía por una persona como cuando esta pasa a ser un recuerdo. Incluso el que no conoció al difunto íntimamente hace el esfuerzo (gesto universal donde los haya) de recuperarlo del olvido en cuanto conoce la noticia. La memoria es la antesala de una pequeña concordia humana formada de repente por las sinapsis de múltiples cabezas enfocadas en una misma evocación. Es como si, en el fondo, sólo pudiéramos existir para los demás una vez muertos. Como si nuestra ausencia del mundo fuese la única garantía que tenemos de seguir estando presentes.
Seguir leyendoTerroni
Los españoles que visitan el sur de Italia creen que se trata de una zona atrasada y bárbara. Como su actitud no es la del turista septentrional, siempre predispuesto, desde los tiempos del Grand Tour, a descubrir el folclore de las culturas que cree inferiores, les cuesta ver con agrado sus ciudades desastradas y sucias. Piensan que los italianos meridionales (terroni los llaman despectivamente sus compatriotas) se han quedado anclados en una especie de incivilidad atávica, mientras que ellos han sabido aprovechar las oportunidades que les ha brindado el progreso. Movidos por la consabida insolidaridad de clase, esta es la impresión que tienen, sobre todo, los que provienen de regiones que comparten una tradición reciente de subdesarrollo. En qué se parecerán, piensan, el aseado orden de nuestra Sevilla y el caos imposible de su Palermo. ¡Ni punto de comparación!
Seguir leyendoSer y estar
Si ya suena raro «estar» feliz, más raro sonaría «ser» contento. Esto ocurre porque se concibe «ser feliz» como una permanencia, y «estar contento» depende simplemente del instante. Y también porque el que está contento se ha puesto sin quererlo, y quien se cree feliz se lo propone previamente. La mala fama de estar contento viene de ese «estar» que lo acompaña. «Estar» suele considerarse como una sombra de «ser». Creemos que, como estar contento depende de la ocasión, es inferior a ser feliz. Pero nos equivocamos. Para estar contento basta con vivir; la felicidad, en cambio, hay que buscarla porque jamás se encuentra entre nosotros. Y es precisamente de esa búsqueda de donde salen los dogmas actuales acerca de ella, y, sobre todo, las vidas destinadas a frustrarse por no alcanzarla nunca.
Seguir leyendoLas arenas de Tatooine
Lo único que me gusta de la última trilogía de Star Wars son los minutos iniciales de la primera película, cuando se suceden los planos del desértico Tatooine, de cuyas dunas emergen los restos de un destructor imperial. Me recuerdan a los grabados de Piranesi, donde los vestigios de la Antigüedad aparecen invadidos por el tiempo y la maleza. Si preguntáramos por el origen de esas ruinas a los extraños seres que sobreviven desguazando naves estelares de épocas heroicas o a cualquiera de los pastores piranesianos que llevan su rebaño a la sombra de algún acueducto romano semiderruido, no sabrían qué responder, enmudecidos por la intuición de una presencia desmesurada e inevitable que los supera.
Seguir leyendoEl Gran No
Yo quiero ser del equipo del Gran No. Donde se ponga una buena negación que se quite cualquier voluntad afirmativa. En el fondo, no hay nada parecido a un Gran Sí. Afirmamos, por supuesto, pero ninguna de nuestras afirmaciones constituye una decisión soberana, una constatación de que estamos vivos. La afirmación es apática e inercial. El auténtico conocimiento aparece cuando negamos. El niño tiene muy claro que no le gusta esa comida y el adolescente que no quiere estudiar. Sabemos lo que no somos mejor que lo que somos, y a dónde no llegaremos en la vida antes que el lugar que ocuparemos. Toda experiencia depende menos de lo que hacemos que de lo que no hemos hecho. Negar, por tanto, es un acto performativo; afirmar no pasa de la mera expresión de lo evidente.
Seguir leyendoAteos
No creo en los ateos. En ese extrañísimo conformarse solamente con la promesa de la nada. En su revindicación constante de un sentido objetivo del mundo que sin embargo ninguno de ellos ha logrado entender jamás. En su amor casi enfermizo por la trampa dialéctica, henchida de arrogancia y paradojas, para defender lo indefendible. El ateo padece en un silencio culpable las viejas incongruencias del creyente. Las menosprecia por irracionales, sí, pero al mismo tiempo hace de la ausencia de Dios una presencia constante, una omnipresencia de la ausencia que exige que todo se mire a través del cristal de su ateísmo.
Seguir leyendoPesadilla
Siempre es la misma sensación: antes de despertar, soy consciente de que estoy despertando. El sueño parece que se ha desvanecido, que emerjo a la realidad del dormitorio. Sin embargo, de pronto, detecto una presencia; unas veces se trata de una sombra, otras adquiere la forma de alguien con el rostro emborronado y terrible. Quiero moverme entonces, huir cuanto antes, pero no puedo. Un peso enorme me aplasta contra el colchón y me es imposible abrir los ojos porque tengo los párpados pegados. Hasta que despierto transcurren unos segundos en los que creo estar lúcido. Soy capaz incluso de esperar a que todo pase y de decirme palabras tranquilizadoras para sobrellevar el mal trago.
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