Madrid

Dos almas ha ofrecido la historia a las capitales europeas. Dos almas y dos rostros que son espejos de sí mismas. A uno se asoman aquellas a las que no les importa exhibirse; a otro las conscientes de su desaliño. Las primeras son urbes de guías y autofoto, donde la monumentalidad desborda por los cuatro costados cardinales. La emoción en ellas no da tregua; de tanto sentirla, el visitante acaba por no sentir nada en absoluto. Frigidez de lo sublime. Roma, Praga, Londres o Lisboa, quitando envergaduras y habitantes, tienen un centro intacto, esencialista, donde las avenidas discurren como lo hacían cuando nacieron y los edificios son escoltas  leales y enamorados. Ciudades bellísimas porque las han proyectado élites preocupadas por el futuro qué dirán. Y también porque la belleza extremada es siempre taxidérmica.

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Über alles

Alemania es, por encima de todo, lo peor que le ha pasado a Europa en los últimos quinientos años. No solo ha estado presente en la mayoría de matanzas que, desde las guerras de religión iniciadas tras el cisma protestante, han asolado el continente, sino que ha sido la cuna de delirios políticos y filosóficos tan nocivos como el nacionalismo. Alemania, y los diversos nombres que ha adoptado antes de la unificación, ha ido envenenando Europa batalla a batalla, doctrina a doctrina. Está en su naturaleza hacerlo, no por deseos expansionistas en realidad, sino por una pulsión ancestral de muerte, heredera del mito pagano del Ragnarok. Alemania es, junto con Francia, quizá la nación más nihilista del planeta.

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Poesía española

No hay poesía que consiga revelar una lealtad tan profunda hacia lo popular como la española. Ni tan prolongada en el tiempo. Lo constata una forma métrica como el romance, que proviene de la oralidad y hunde sus raíces en los antiguos cantares de gesta medievales, pero que sigue utilizándose sin apenas variaciones hasta el siglo XXI. O esa costumbre tan característica del poeta  renacentista que lo lleva a encontrar inspiración en el cancionero tradicional al mismo tiempo que adapta las novedades métricas y temáticas que llegan de Italia;  procedimiento este que volveremos a ver a principios del siglo XX, cuando los autores del 27 mezclen romance y surrealismo, flamenco y vanguardia.

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