Sobre el miedo

No lo sabíamos todo sobre el miedo. Aunque lo habíamos conocido en situaciones donde éramos capaces de sentirlo, jamás habíamos experimentado el miedo colectivo. El veintiuno es el siglo en el que las sociedades volvieron a tener miedo: al terrorista, a la pobreza, a la enfermedad, a la guerra, al fin del mundo. Pero este miedo nos ha terminado marcando a unos más que a otros. 

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La amenaza de la historia

Podemos estar tranquilos. El enfrentamiento social no ha llegado todavía. El verbo despreciativo y violento no ha salido del Congreso de los Diputados ni de las redes sociales. No ha ensuciado el vituperio la tienda de barrio. Se mantiene limpia de odio la atmósfera de las ciudades. Los compañeros de trabajo no se insultan ni los matrimonios se querellan. El ruido y la propaganda de los medios de comunicación no han acabado con la silenciosa rutina de la gente. El mundo de allá no ha contaminado la vida de acá. Por ahora seguimos a salvo. La historia no ha invadido nuestra intrahistoria. 

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Über alles

Alemania es, por encima de todo, lo peor que le ha pasado a Europa en los últimos quinientos años. No solo ha estado presente en la mayoría de matanzas que, desde las guerras de religión iniciadas tras el cisma protestante, han asolado el continente, sino que ha sido la cuna de delirios políticos y filosóficos tan nocivos como el nacionalismo. Alemania, y los diversos nombres que ha adoptado antes de la unificación, ha ido envenenando Europa batalla a batalla, doctrina a doctrina. Está en su naturaleza hacerlo, no por deseos expansionistas en realidad, sino por una pulsión ancestral de muerte, heredera del mito pagano del Ragnarok. Alemania es, junto con Francia, quizá la nación más nihilista del planeta.

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24 del 2 del 22

No sé si se trata de un privilegio o no, pero lo cierto es que nos ha tocado vivir una de esas extrañas épocas en las que el orden que hasta hace poco creíamos inmutable se viene inevitablemente abajo. El «siglo americano» llega a su fin sin que hayan pasado cien años siquiera. No ha sabido gestionar EE.UU. la posición de preeminencia que ganó con la desintegración del mundo comunista. El gen depredador que anida en toda nación protestante lo ha hecho cometer demasiados errores. Sobre todo en el Heartland asiático, especie de obsesión que, desde su intervención en Irak, ha terminado convirtiendo en un avispero imposible.

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