Es un problema de perspectiva. Creemos que la enseñanza ha de trazar un camino que conduzca hacia el futuro. Estamos convencidos de que el papel del profesor consiste en ayudar a que los alumnos lo recorran. Y, sin embargo, nada de lo que se enseña pertenece al futuro. Ni siquiera al presente. Las clases de biología son un compendio de conocimientos pretéritos. Algunos teoremas matemáticos tienen milenios de existencia. No solo el profesor de historia mira hacia atrás; también lo hacen el de física, el de música, el de tecnología, el de educación plástica. Cuando un chaval descubre algo nuevo en una de esas materias, en realidad está aprendiendo cosas muy antiguas.
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El nuevo sacerdocio
Es difícil que haya una autoridad tan respetada como la que emana del diagnóstico de un psicólogo. Ni tan ubicua. Actualmente, el discurso psicológico está en todas partes: tras una catástrofe natural dando aliento a los afectados, en el corolario de cualquier noticia ofreciendo su acreditado punto de vista, o incluso en la resolución de un intrincado caso policial facilitando un perfil minucioso del delincuente. La razón de este éxito reside en que la psicología trasciende los muros académicos y es asumida por la gente como una coartada científica que puede justificar muchos de sus comportamientos. Los psicólogos no solo otorgan una explicación al caos del universo, sino que ahora, vacías las iglesias, son el único consuelo de las penalidades del alma. En la era de la vulnerabilidad, la psicología es el nuevo sacerdocio.
Seguir leyendoQue le den
Creo que ha llegado la hora de que los profesores de literatura captemos el mensaje que los políticos nos envían con cada nueva ley educativa. En el mundo que estos llevan décadas inventándose, no hay lugar para disciplinas como la nuestra. Su distopía cutre y pueblerina hace tiempo que exige que esté prohibido aquello que no tenga ninguna aplicación social o que evite que el alumno sea empaquetado y servido en el mercado laboral del futuro sin que al menos se plantee por qué el mundo se parece cada vez más a una serie de Netflix. España no puede permitirse que sus camareros, sus putas y sus guías turísticos hayan leído el Quijote, ni tampoco que sus médicos o sus ingenieros sean capaces de experimentar placer estético alguno o sentirse tentados por cierta curiosidad improductiva.
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