Madrid

Dos almas ha ofrecido la historia a las capitales europeas. Dos almas y dos rostros que son espejos de sí mismas. A uno se asoman aquellas a las que no les importa exhibirse; a otro las conscientes de su desaliño. Las primeras son urbes de guías y autofoto, donde la monumentalidad desborda por los cuatro costados cardinales. La emoción en ellas no da tregua; de tanto sentirla, el visitante acaba por no sentir nada en absoluto. Frigidez de lo sublime. Roma, Praga, Londres o Lisboa, quitando envergaduras y habitantes, tienen un centro intacto, esencialista, donde las avenidas discurren como lo hacían cuando nacieron y los edificios son escoltas  leales y enamorados. Ciudades bellísimas porque las han proyectado élites preocupadas por el futuro qué dirán. Y también porque la belleza extremada es siempre taxidérmica.

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