Breve historia del aburrimiento

Cuenta Balzac que de pequeño le horrorizaba aburrirse porque no podía concebir peor tortura que no tener nada que hacer. A veces se aburría tanto que lloraba desesperadamente. Con los años, asegura, el aburrimiento ya no era tan habitual ni tan intenso, pero de vez en cuando regresaba en la forma de una tristeza suave e inspiradora. Antes de Balzac, el aburrimiento de los adultos se había confundido con la melancolía, un estado de ánimo que se consideraba propio de artistas y poetas porque producía un extraño sentimiento de nostalgia de épocas remotas que jamás se habían vivido. De ese recordar un pasado que ya no pertenecía a nadie nació el Renacimiento, que hizo de la tristeza algo elevado y noble.

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Leer está sobrevalorado

Está completamente asumido que los buenos escritores son grandes lectores. De ahí que en sus obras siempre se encuentren las huellas de otro autor o velados homenajes a movimientos estéticos y filosóficos que, cómo no, solo pueden conocerse a través de la lectura. Al escritor se le supone ratón de biblioteca, alguien que vive encerrado en libros que, tarde o temprano, le servirán de inspiración. Más que una suposición ajena, es hoy día una exigencia de los propios literatos, un requisito autoimpuesto para ser tomados en serio como tales. No hay más que echar un vistazo a las redes sociales donde se promocionan. Nunca faltan ni la referencia a los libros que han sido esenciales en sus vidas, ni la confesión pública de lo importante que es para ellos la lectura.

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Caminar

Para Ana

Desde que dejamos de viajar a pie, todo ha cambiado entre nosotros y el mundo. Por mucho que los escritores se esfuercen en lo contrario, el camino ya no es una metáfora de la vida, ni la novela un espejo que ponemos en él. ¿Qué importancia tiene el vita iter de los clásicos si ya se puede dar la vuelta al orbe en 67 horas? Nadie vive tan rápido. Ni tan fácil. Se doma la vida a la velocidad del paso, y se aprovecha en el dolor de las piernas, que es también el del alma.

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Poesía española

No hay poesía que consiga revelar una lealtad tan profunda hacia lo popular como la española. Ni tan prolongada en el tiempo. Lo constata una forma métrica como el romance, que proviene de la oralidad y hunde sus raíces en los antiguos cantares de gesta medievales, pero que sigue utilizándose sin apenas variaciones hasta el siglo XXI. O esa costumbre tan característica del poeta  renacentista que lo lleva a encontrar inspiración en el cancionero tradicional al mismo tiempo que adapta las novedades métricas y temáticas que llegan de Italia;  procedimiento este que volveremos a ver a principios del siglo XX, cuando los autores del 27 mezclen romance y surrealismo, flamenco y vanguardia.

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