Está completamente asumido que los buenos escritores son grandes lectores. De ahí que en sus obras siempre se encuentren las huellas de otro autor o velados homenajes a movimientos estéticos y filosóficos que, cómo no, solo pueden conocerse a través de la lectura. Al escritor se le supone ratón de biblioteca, alguien que vive encerrado en libros que, tarde o temprano, le servirán de inspiración. Más que una suposición ajena, es hoy día una exigencia de los propios literatos, un requisito autoimpuesto para ser tomados en serio como tales. No hay más que echar un vistazo a las redes sociales donde se promocionan. Nunca faltan ni la referencia a los libros que han sido esenciales en sus vidas, ni la confesión pública de lo importante que es para ellos la lectura.
Pero no siempre fue así; la transformación del acto de leer en una condición para hacer buena literatura es relativamente reciente. Se trata de un tópico que concibe el Humanismo, pero que no se populariza hasta el siglo XIX, con la invención de la imprenta mecánica y el abaratamiento del papel. Antes de eso, la mayoría de los grandes genios de la literatura son lectores de pocos libros porque tienen un acceso limitado a ellos. A pesar de que en el siglo XVII se abren las primeras bibliotecas públicas, los repertorios más nutridos todavía son privados, y pocos pueden permitirse tener más de cincuenta o cien libros en casa. En el Quijote se exagera a conciencia cuando su protagonista asegura que posee más de trescientos. La cifra resulta increíble no solo para un hidalgo rural, sino para cualquier hidalgo de la época, y no digamos para alguien tan poco afortunado como Cervantes.
La figura del escritor lector alcanza su máximo prestigio en el momento en que Borges crea el arquetipo del escritor bibliotecario. Es a partir de entonces cuando olvidamos que casi la totalidad de las obras maestras de la literatura universal han sido escritas por autores que leyeron unas cuantas decenas de libros, pero, sobre todo, que la lectura nunca fue indispensable para escribir y que tal vez ahora empieza a estar sobrevalorada en exceso. Su sacralización actual responde, además de a las consabidas supersticiones culturales que provienen de cuando el libro era un objeto de lujo, a un momento histórico en el que la literatura parece estar más interesada en hablar de ella misma que de la vida.
Imagen de Chema Madoz.
Si, está sobrevalorado el consumo de libros en papel, creo que por la excesiva propaganda de los medios, pero si evaluas bien sin prisas y segun tus valores, pues se puede tener unas decenas de libros excelentes, subrayados para inspiración y deleite en tu biblioteca.
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Es un artículo interesante, y verdadero en cierta medida ya que, como se argumenta correctamente, los buenos escritores no tienen porqué ser grandes lectores. Sin embargo, esto no justifica directamente la premisa de que leer está sobrevalorado. Buena información, pero mal orientada, con un título exagerado para lo que dice. Tres estrellas.
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