Gimnasios

Si alguien quiere saber a qué dedican las tardes los jóvenes españoles, solo tiene que pasar por un gimnasio. Comprobará que está repleto de chavales de entre 14 y 18 años que buscan desesperadamente la hipertrofia muscular. A veces observo cómo algunos de ellos, que aún no han pegado el estirón, luchan contra la gravedad del universo, pese a que esta sigue siendo una fuerza muchísimo más débil que la que ostenta su propia niñez. Y pienso que, en mi juventud, yo me dedicaba a castigar mi cuerpo, no a cultivarlo. Y lo hacía porque estaban vigentes los valores heredados de décadas anteriores. Yo viví cuando la estética del perdedor daba sus últimos coletazos y todavía se admiraban las vidas fulminantes de quienes habían optado por la autodestrucción. Ahora eso es imposible. Ahora Kurt Cobain sería considerado un fracasado.

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Las mejores novelas del siglo XX

Peter Greenaway dijo una vez que el cine no se había inventado todavía porque nadie había podido desvincularlo de la literatura. Lo dijo en 1991, cuando presentaba Prospero’s book, una versión (ironías de la vida) de La tempestad de Shakespeare. Muchos consideraron que aquellas declaraciones eran una muestra de la extravagancia que lo caracterizaba, pero el director inglés solo había incurrido en una sola rareza: ver en esa vinculación una servidumbre de lo cinematográfico, cuando, en realidad, el cine y la literatura siempre han sido la misma cosa. De hecho, el alma del cine es literaria, y más concretamente narrativa. Rodar una película o escribir una novela son dos maneras distintas de contar una historia. Por eso, en el siglo de lo audiovisual, la evolución natural de la novela no ha podido ser otra que el cine.

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El cromosoma Y

Algo le pasa al cromosoma Y. No levanta cabeza. Cada vez hay menos machos que destaquen en los estudios. Son ellas, las hembras, las que sacan mejores notas. Yo ya me he acostumbrado a dar clases en segundos de Bachillerato con tan solo dos o tres esforzados representantes del cromosoma. Algo le pasa. Algo nos pasa. Hace tiempo se me ocurrió plantear el problema en un claustro de profesores y hubo unanimidad (y risas) en las explicaciones: las chicas son más listas que los chicos. Supongo que, de haber sido al contrario, el tema habría merecido un análisis distinto.

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Contra el Romanticismo

Los españoles nunca hemos sido románticos. Los herederos de Trento, escépticos y materialistas, estamos incapacitados para comprender ese culto a lo inexplicable. Ese afán por alcanzar la genialidad sin pasar por el sacrificio. Ese fetichismo autodestructivo. Y, sin embargo, llevamos más de dos siglos fingiendo que todo lo dicho tiene algo que ver con nosotros. Y andamos perdidos por la historia, confundiendo todavía lo que creemos ser con lo que en realidad somos. Ahí reside precisamente la causa de que los mejores escritores de nuestro Romanticismo no sean románticos en realidad. Rosalía y Bécquer están por encima de cualquier ideología literaria. Y el final del Tenorio es lo más antirromántico del mundo.

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Ciudades iluminadas

Hasta el siglo XIX, el hombre vivió solo de día. Anteriormente, rara vez se había atrevido a adentrarse más allá del crepúsculo. La noche era un vasto y misterioso territorio donde acechaban alimañas y enemigos emboscados. Es Frederick Albert Winsor quien acaba con ella al iluminar con gas Pall Mall en 1805. El alumbrado público consigue que el día alcance por fin sus veinticuatro horas de edad y que los miedos atávicos se llenen de colores nunca vistos. A partir de ese momento, lo desconocido abandonará las tinieblas de lo sobrenatural y se apropiará del difuminado impresionista de las farolas eléctricas y las lámparas belle epoque

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Nacionalismos ecuménicos

Una de las grandes paradojas de los nacionalismos es que su existencia depende de la coartada histórica. Es una paradoja porque semejante necesidad contiene, al mismo tiempo, la semilla de su destrucción y de su fortaleza. Por un lado, los enfrenta a la cruda realidad de la carencia que los amenaza: los nacionalismos tienen mitos en vez de historia. Aunque, por otro, les confiere la osadía suficiente como para convertir el mito en historia. Es eso precisamente lo que ocurre cuando a los Studia Humanitatis del Renacimiento les suceden los estudios filológicos del Romanticismo. Frente a la universalidad de lo clásico, la territorialidad de lo vernáculo. Frente al orbe, el paisaje. Frente al latín, la lengua del pueblo. Vivimos aún inmersos en esa lucha; la muerte de las humanidades es su último capítulo.

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Ser de izquierdas

Muchos de mis amigos de izquierdas no me creen cuando les digo que yo también soy de izquierdas. Piensan que mi defensa de la unidad de España invalida cualquier coincidencia ideológica que podamos tener. De hecho, estoy seguro de que no habría tantas diferencias entre ellos y, por ejemplo, un partidario de la sanidad privada que, sin embargo, apoyara el derecho de autodeterminación de los pueblos. Para mis amigos, resulta sospechoso que yo no tenga alergia a la bandera, no ponga cara de escepticismo cuando se habla de algún hecho de nuestra historia digno de ser recordado y, sobre todo, no justifique que los territorios (como ocurría en la Edad Media y como exigen ahora los partidos nacionalistas) tengan privilegios.

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Modernidad

El gran hallazgo de la civilización hispánica se llama modernidad, aunque, para entenderla como nuestros antepasados la concibieron, hay que despojarse de algunos prejuicios y aceptar que no significa progreso. Al menos en literatura. Es cierto que la literatura se hace moderna cuando la realidad se infiltra en los libros y la frontera entre esta y la ficción se desdibuja. Sin embargo, las obras se llenan de criados, pícaros y locos, más que por agotamiento del idealismo, porque la realidad deja de ser literaria. La Celestina aparece cuando se ha acabado la reconquista y la épica ya ha envainado la espada. No hay en ella hechos valerosos, sino acciones que tienen el único objetivo de la supervivencia. No hay enfermos de amor, sino interés. No hay enseñanza moral: hay vida. Pero todo cuanto nosotros, lectores del futuro, consideramos moderno, para aquellos escritores es un desastre. Por eso, el discurso sobre la libertad de la mujer está puesto en la boca de la puta Areúsa, y el del hombre hecho a sí mismo en la fingida autobiografía de un parásito social.

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Curso 92-93

Quien vea la memoria como un largo y tortuoso camino que llega hasta el presente me entenderá cuando digo que toda vida tiene varias (en realidad pocas) paradas donde adquirimos las partes de algo que, finalmente, será la imagen que tenemos de nosotros mismos. En mi caso, si hay un momento determinante, ese es el curso 92-93, año en que estudié COU y coincidí con los amigos que me hicieron amar la literatura.

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