Quien vea la memoria como un largo y tortuoso camino que llega hasta el presente me entenderá cuando digo que toda vida tiene varias (en realidad pocas) paradas donde adquirimos las partes de algo que, finalmente, será la imagen que tenemos de nosotros mismos. En mi caso, si hay un momento determinante, ese es el curso 92-93, año en que estudié COU y coincidí con los amigos que me hicieron amar la literatura.
Mi relación con la literatura no había sido muy intensa hasta entonces. Leía para pasar el rato, e incluso había empezado a escribir años antes, pero nunca había entrado en esa caja de resonancia de libros y de autores que silencia cualquier otro sonido del exterior. Yo llegué a la literatura, o la literatura llegó a mí, cuando mis amigos me enseñaron que esta era mucho más que un entretenimiento o un desahogo, cuando no pude evitar que se convirtiera en una forma de vivir y de mirar las cosas del mundo.
Las del curso 92-93 fueron las clases más largas de la historia. De manera deslavazada (como corresponde a esas edades), ampliábamos los temas que habían surgido en el instituto por la mañana en las discusiones que nos mantenían por la tarde pegados a la misma taza de café durante horas. Fue el año de John Kennedy Toole, de Rayuela, de El amor en los tiempos del cólera, de Whitman, de Luces de bohemia, de Bukowski y de tantos otros. Fue también el momento de nuestra entrada en la filosofía, en sus paradojas (que nos fascinaban) y en sus razones inextricables (que nos fascinaban aún más). Todo ese material se nos amontonaba dentro como los cascotes de una demolición, la de la cultura, que quizá ya hubiera empezado sin que nos diésemos cuenta.
Hasta hace poco, confiaba en la influencia soterrada de los talismanes. Mi experiencia me había hecho creer que, si uno se criaba en un ambiente donde abundasen los libros, tarde o temprano estos incitarían a leer. Cambié de opinión cuando fui padre y guarnecí la vida de mi hija con todo tipo de objetos mágicos que al final sirvieron de bien poco. Los talismanes funcionan cuando, en algún momento de tu vida, conoces a personas capaces de activarlos. Mis amigos, en el curso 92-93, activaron los de la literatura. Tal vez no lo sepan, pero, por su culpa, me dedico ahora a impartirla.
Imagen de Fernando Muñoz Ubiña.