Salvar la enseñanza

La idea consistía en que los alumnos de 1º de Compensatoria cometieran un acto terrorista. El tema estaba claro desde el principio: «¿por qué no quiero seguir estudiando en el instituto?». Luego escribiríamos un pequeño texto, doscientas palabras apenas, que respondería a la pregunta y trataría de convencer a quien lo leyese de que era injusto que la ley obligase a permanecer encerrados en una cárcel a chavales que estaban deseando ponerse a trabajar cuanto antes. Finalmente, imprimiríamos los panfletos en DIN A3 y, sin que nos vieran, como un comando ultrasecreto, los pegaríamos en las puertas de todas las aulas.

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Literal

No se habla lo suficiente de la muerte de la escritura. No se habla lo suficiente del genocidio de las letras. De cómo la imagen o el pictograma, que son precisamente el origen del grafo, están acabando poco a poco con todo lo gráfico. No se habla lo suficiente de la involución cultural que supone el uso masivo de los emojis, de los stickers o de los gifs. De esta vuelta a la pared de la roca. Al mamut y al bisonte. A la fría oscuridad de la caverna.

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Maestros anticuados

Es un problema de perspectiva. Creemos que la enseñanza ha de trazar un camino que conduzca hacia el futuro. Estamos convencidos de que el papel del profesor consiste en ayudar a que los alumnos lo recorran. Y, sin embargo, nada de lo que se enseña pertenece al futuro. Ni siquiera al presente. Las clases de biología son un compendio de conocimientos pretéritos. Algunos teoremas matemáticos tienen milenios de existencia. No solo el profesor de historia mira hacia atrás; también lo hacen el de física, el de música, el de tecnología, el de educación plástica. Cuando un chaval descubre algo nuevo en una de esas materias, en realidad está aprendiendo cosas muy antiguas.

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El cromosoma Y

Algo le pasa al cromosoma Y. No levanta cabeza. Cada vez hay menos machos que destaquen en los estudios. Son ellas, las hembras, las que sacan mejores notas. Yo ya me he acostumbrado a dar clases en segundos de Bachillerato con tan solo dos o tres esforzados representantes del cromosoma. Algo le pasa. Algo nos pasa. Hace tiempo se me ocurrió plantear el problema en un claustro de profesores y hubo unanimidad (y risas) en las explicaciones: las chicas son más listas que los chicos. Supongo que, de haber sido al contrario, el tema habría merecido un análisis distinto.

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Ser de izquierdas

Muchos de mis amigos de izquierdas no me creen cuando les digo que yo también soy de izquierdas. Piensan que mi defensa de la unidad de España invalida cualquier coincidencia ideológica que podamos tener. De hecho, estoy seguro de que no habría tantas diferencias entre ellos y, por ejemplo, un partidario de la sanidad privada que, sin embargo, apoyara el derecho de autodeterminación de los pueblos. Para mis amigos, resulta sospechoso que yo no tenga alergia a la bandera, no ponga cara de escepticismo cuando se habla de algún hecho de nuestra historia digno de ser recordado y, sobre todo, no justifique que los territorios (como ocurría en la Edad Media y como exigen ahora los partidos nacionalistas) tengan privilegios.

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Curso 92-93

Quien vea la memoria como un largo y tortuoso camino que llega hasta el presente me entenderá cuando digo que toda vida tiene varias (en realidad pocas) paradas donde adquirimos las partes de algo que, finalmente, será la imagen que tenemos de nosotros mismos. En mi caso, si hay un momento determinante, ese es el curso 92-93, año en que estudié COU y coincidí con los amigos que me hicieron amar la literatura.

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El nuevo sacerdocio

Es difícil que haya una autoridad tan respetada como la que emana del diagnóstico de un psicólogo. Ni tan ubicua. Actualmente, el discurso psicológico está en todas partes: tras una catástrofe natural dando aliento a los afectados, en el corolario de cualquier noticia ofreciendo su acreditado punto de vista, o incluso en la resolución de un intrincado caso policial facilitando un perfil minucioso del delincuente. La razón de este éxito reside en que la psicología trasciende los muros académicos y es asumida por la gente como una coartada científica que puede justificar muchos de sus comportamientos. Los psicólogos no solo otorgan una explicación al caos del universo, sino que ahora, vacías las iglesias, son el único consuelo de las penalidades del alma. En la era de la vulnerabilidad, la psicología es el nuevo sacerdocio.

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Para entender a Antonio Machado

Para entender a Antonio Machado hay que haber nacido en otro siglo. El siglo XXI es un siglo antimachado porque se ha perdido la mirada del paisaje. Antes, quedarse embobado mirando por la ventanilla del coche era algo habitual en las personas; ahora, mis alumnos, mi hija y casi todos los nacidos en este siglo no saben ni que el paisaje existe. Es imposible conmoverte con el mundo exterior cuando tus ojos están acostumbrados a contemplar otros mundos mucho más asequibles en el interior de una pantalla. Ver algo interesante en el paisaje, amarlo incluso, requiere concentración y capacidad de observación, habilidades propias de una mirada horizontal que la verticalidad actual del móvil no proporciona.

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Institutos españoles

Dudo de que haya en España algo tan feo como un instituto de secundaria y bachillerato. Un instituto público, por supuesto, con esa mezcla de racionalismo franquista, neobolchevismo ochentero, ambulatorio de pueblo y tristeza inconsolable. Todo, en su interior, está llamado a despertar el instinto de huida: desde esos azulejos que, en la mayoría de casos, parecen importados del mismo Chernobyl, hasta el mobiliario, que a buen seguro alguien robó alguna vez del comedor de una cárcel. En definitiva, los institutos públicos españoles son una bomba estética de desmotivación masiva.

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Morir

De todas las experiencias que el ser humano vive, solo morir, la más determinante, se le escapa. Cuanto se ha dicho de la muerte jamás se ha asumido en carne propia. El hecho de que tan solo seamos capaces de «vivir» la muerte significa que las palabras que utilizamos para describirla únicamente se refieren al rastro que deja en los vivos. La muerte, como el infierno sartreano, son los otros. Morir es ver morir a los demás. Morir es, en realidad, una teoría. 

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