Una de las grandes paradojas de los nacionalismos es que su existencia depende de la coartada histórica. Es una paradoja porque semejante necesidad contiene, al mismo tiempo, la semilla de su destrucción y de su fortaleza. Por un lado, los enfrenta a la cruda realidad de la carencia que los amenaza: los nacionalismos tienen mitos en vez de historia. Aunque, por otro, les confiere la osadía suficiente como para convertir el mito en historia. Es eso precisamente lo que ocurre cuando a los Studia Humanitatis del Renacimiento les suceden los estudios filológicos del Romanticismo. Frente a la universalidad de lo clásico, la territorialidad de lo vernáculo. Frente al orbe, el paisaje. Frente al latín, la lengua del pueblo. Vivimos aún inmersos en esa lucha; la muerte de las humanidades es su último capítulo.

Que el nacionalismo no solo se cura viajando sino estudiando historia (es decir, oponiendo la luz de los hechos probados a la negrura de la superstición y la impostura) es algo que el propio nacionalismo ha sido el primero en aprender. Por eso, apremiado también por la globalización actual, se ha visto obligado a cambiar de estrategia. Para adaptar su imagen a los nuevos tiempos, ha tenido que hacer de su esencia particularista una virtud ecuménica. El caso más notorio es el del nacionalismo catalán, que, además de diferenciarse de la historia de España, pretende volverse global. Es así que atribuye desde hace tiempo el Lazarillo de Tormes a Juan de Timoneda, quien lo habría escrito inicialmente en catalán (La vida de Llàtzer de Tormos). O da por hecho que Cervantes se llamaba en realidad Miquel de Servent, cuyo Quixot habría sido traducido al español por malvados censores castellanos. O defiende que Santa Teresa era en realidad Teresa Enríquez de Cardona, abadesa del Monasterio de Pedralbes. O reivindica la catalanidad de la conquista de América, iniciada gracias al descubrimiento del también catalán Cristòfor Colom.

Resulta interesante comprobar cómo las piruetas intelectuales que alimentaban la mitología de la usurpación castellana únicamente tienen sentido ahora si la denuncia de dicha usurpación se realiza invadiendo, a su vez, los símbolos patrios del enemigo. Por la urgencia de parecer moderno mientras continúa intentando mostrar a sus seguidores una Cataluña independiente de Castilla, el nacionalismo catalán no ha tenido más remedio que hacer del mundo una gigantesca Cataluña. Lo cual plantea la cuestión de si, en el fondo, desea independizarse de España.

Imagen: Planisferio mallorquín del siglo XV.

3 comentarios en “Nacionalismos ecuménicos

  1. Este artículo y el de Alemania se dejan leer juntos. Hay un punto soberbio y adánico en el nacionalismo: «con nosotros empieza la edad de oro, y vosotros sólo sois unos subdesarrollados». Lo puede decir un burgués lazi de Gerona o un filólogo de la SA a berrido limpio en Alexanderplatz. Cuando Heidegger proclama que las únicas lenguas en las que se puede filosofar son el griego clásico y el alemán el escenario de guerra está servido. ¿Cómo no van a querer los dioses que acabemos con esos lerdos del Sur?

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  2. En el Ulises, al principio del Cíclope, Joyce hace una desternillante parodia con un listado de personajes reales y de ficción apropiados por los nacionalistas irlandeses de su época. Ni en eso son originales nuestros supremacistas.

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