Los profesores de literatura llevamos mucho tiempo confundidos. Pensamos que nuestra labor se corresponde con el fomento de la lectura, y que, por tanto, hemos de ofrecer a los alumnos libros que los enganchen a leer. Ha cundido la idea de que la lectura no debe salir del marco adolescente ni costar excesivo trabajo. Todo ello provoca que los clásicos españoles hayan ido desapareciendo de nuestras clases. De hecho, son estos imperativos de restricción temática y de comodidad lectora los que hacen de las clases de literatura un hábitat hostil a los clásicos, pues está en la naturaleza de estos exceder cualquier límite de referencia y necesitar una lectura atenta y laboriosa. Es decir, un clásico es la antítesis de los valores educativos que imperan hoy en los institutos. Por esa razón, cada vez hay más profesores en contra de incorporarlos al temario.
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Modernidad
El gran hallazgo de la civilización hispánica se llama modernidad, aunque, para entenderla como nuestros antepasados la concibieron, hay que despojarse de algunos prejuicios y aceptar que no significa progreso. Al menos en literatura. Es cierto que la literatura se hace moderna cuando la realidad se infiltra en los libros y la frontera entre esta y la ficción se desdibuja. Sin embargo, las obras se llenan de criados, pícaros y locos, más que por agotamiento del idealismo, porque la realidad deja de ser literaria. La Celestina aparece cuando se ha acabado la reconquista y la épica ya ha envainado la espada. No hay en ella hechos valerosos, sino acciones que tienen el único objetivo de la supervivencia. No hay enfermos de amor, sino interés. No hay enseñanza moral: hay vida. Pero todo cuanto nosotros, lectores del futuro, consideramos moderno, para aquellos escritores es un desastre. Por eso, el discurso sobre la libertad de la mujer está puesto en la boca de la puta Areúsa, y el del hombre hecho a sí mismo en la fingida autobiografía de un parásito social.
Seguir leyendoAutor, autor
Hubo un tiempo en que la humanidad vivía sin autores. Hasta hace relativamente poco, el arte, la ciencia o la literatura no precisaban de esa figura que sin embargo hoy parece indispensable. ¿Quiénes son los arquitectos que idean las pirámides de Egipto? ¿Quién compone el Cantar de Roldán? ¿Quiénes tallan los bellos y misteriosos capiteles del Románico? Tal vez antes se tuviera la certeza (muy razonable, por cierto) de que la obra era muchísimo más importante y, puesto que esta permanecería durante más tiempo en la historia de los hombres, infinitamente superior a su creador.
Seguir leyendoUna vida interesante
Creo que para escribir algo interesante hay que haber tenido una vida interesante. Y creo también que esto es un axioma que trasciende la literatura y alcanza la creación artística en general. Aunque, cuidado: lo interesante de una vida no queda reducido a la acción o a la aventura, o al menos no solo. La vida viajera y azarosa de Cervantes tiene un indudable interés, por supuesto, pero también la grisura centroeuropea de la biografía de Kafka es igual de interesante. Porque la experiencia humana es exterior e interior al mismo tiempo, y, para que esta sea interesante, las personas han de dar un primer paso que siempre es el mismo: un salto consciente al vacío, una entrada en la oscuridad de las decisiones vitales (en el caso de los hombres de acción) y de las reflexiones íntimas (en el caso de los hombres que son más contemplativos) que hará que la vida se vuelva interesante.
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