Contra la democracia

Como con la edad me he vuelto aristotélico, debo confesar que estoy radicalmente en contra de la democracia. No de «esta» democracia, cuidado, sino de todas las democracias en general. Yo, como Aristóteles, considero que la democracia es una forma política desviada que tiende a la tiranía. Esto no solo lo dice el de Estagira; lo advertirá Tocqueville en La democracia en América veintidós siglos después. La democracia es totalitaria porque no se autocontrola. Cuando permites que las mayorías gobiernen sin freno alguno, estás instituyendo la dictadura de la masa. La masa es un cuerpo gigantesco repleto de músculos y de nervios, pero carente de un cerebro que la haga responsable de sus actos. La masa es poderosa y estúpida. Someterse a sus arbitrariedades es el peor castigo para el individuo. Antes morir a manos de un solo tirano que pisoteado por miles de ellos.

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El círculo

Lo llamo círculo porque es cerrado, aunque también porque tiene un centro. Su hermetismo significa exclusividad; su núcleo, influencia. Habitan el círculo quienes hacen méritos para entrar en él. Pero el círculo no es meritocrático, sino que se guía por las conexiones de agenda. Para el círculo, el mérito es del que conoce a la gente adecuada. Las relaciones que promueve no son ninguna novedad: yo te hago un favor y tú me lo devuelves algún día. Memoria de quien te ha beneficiado y talento para promocionarte son dos de los requisitos para entrar en el círculo. Sin olvidar, claro está, cierta conciencia de clase, es decir, el convencimiento de que pertenecerás a un grupo exclusivo que tutela a la masa.

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Historia del monstruo

El monstruo se llamaba Clase Media y el doctor Franconstein, su padre y creador, supo que, a través de él, perpetuaría su herencia para siempre. Bastaba con dotarlo de una seguridad social, una vivienda de protección oficial, un ministerio de educación y un agosto de paella en alguna playa recién urbanizada. Todo a imagen y semejanza de las aspiraciones del monstruo. 

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Antidarwinismo

El de la política es un mundo al revés que depende de las reglas del antidarwinismo. En el microcosmos de los partidos, solo el más tonto, el más inane parece sobrevivir, pues la adaptación se mide por parámetros que nada tienen que ver con la inteligencia, el mérito o las buenas intenciones, sino con las tragaderas.

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PSOE

Si Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, quisiera que el chino mandarín fuese la lengua vehicular de la enseñanza española, el chino mandarín, tarde o temprano, sería la lengua vehicular de la enseñanza española. Por el contrario, si a Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular, se le ocurriese lo mismo estando en el gobierno, arderían las calles durante semanas. Esto es así, no porque Sánchez sea más guapo o tenga más poder que Núñez Feijóo, sino porque Sánchez pertenece al PSOE y Núñez Feijóo a su comparsa.

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Desde fuera

¿Se imagina usted a Jefferson, a Franklin o a Washington fundando un partido en 1776 que se hubiese llamado, qué se yo, PRIC, Partido Revolucionario por la Independencia de las Colonias? ¿O al Abate Sieyès y a Roberspierre haciendo lo propio en plena monarquía de Luis XVI? ¿Se imagina a Lenin montando un tinglado semejante para participar en la Cuarta Duma de Nicolás II? Es decir: ¿es capaz de imaginarse a estos personajes acatando las reglas del régimen político del momento y tratando de cambiar las cosas «desde dentro»?

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