Como con la edad me he vuelto aristotélico, debo confesar que estoy radicalmente en contra de la democracia. No de «esta» democracia, cuidado, sino de todas las democracias en general. Yo, como Aristóteles, considero que la democracia es una forma política desviada que tiende a la tiranía. Esto no solo lo dice el de Estagira; lo advertirá Tocqueville en La democracia en América veintidós siglos después. La democracia es totalitaria porque no se autocontrola. Cuando permites que las mayorías gobiernen sin freno alguno, estás instituyendo la dictadura de la masa. La masa es un cuerpo gigantesco repleto de músculos y de nervios, pero carente de un cerebro que la haga responsable de sus actos. La masa es poderosa y estúpida. Someterse a sus arbitrariedades es el peor castigo para el individuo. Antes morir a manos de un solo tirano que pisoteado por miles de ellos.

Aristóteles y los padres fundadores de EE.UU. prefieren la forma política que mezcla el gobierno de unos pocos con el gobierno de muchos. El primero llama a esto politeia; los segundos, república. Para ambos (y para mí también), un sistema virtuoso es aquel donde la ley y la razón son capaces de moderar la intemperancia de la multitud sin caer en la oligarquía, donde se salvaguarden, del mismo modo, los derechos del grupo y la integridad de la persona. El milagro se consigue con delicados y precisos mecanismos que separen los poderes, y con instituciones que protejan a los ciudadanos de la demagogia. 

El problema de las democracias actuales es que son auténticas democracias. Se equivocan los que las tildan de partidocracias o de regímenes iliberales. De hecho, las partidocracias de los últimos cien años son la expresión más acendrada de la democracia propiamente dicha. Los partidos políticos, al no representar al ciudadano sino a una ideología, actúan como aglutinantes y como correas de transmisión de todas las pulsiones de la masa, pero, al mismo tiempo, persiguen el interés particular, que es precisamente lo que, según Aristóteles, caracteriza a los sistemas políticos corrompidos. 

Si los que se llaman a sí mismos demócratas tuvieran un poco de pudor intelectual, reconocerían que no hay nadie en este mundo tan demócrata como el político que elige al juez o el juez que vulnera la constitución para salvar al político. Si les quedara algo de vergüenza, dejarían de fingir que se escandalizan y disfrutarían abiertamente de lo votado.

3 comentarios en “Contra la democracia

  1. Estagirita, David. Le recomiendo Libertad constituyente, de un tal García Trevijano.

    No quiero ser impertinente, pero como dice Rufián, el Congreso se ve amenazado por las togas. Las pistolas, esperemos, que sean de fogueo. Sin acritud.

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