Si alguien quiere saber a qué dedican las tardes los jóvenes españoles, solo tiene que pasar por un gimnasio. Comprobará que está repleto de chavales de entre 14 y 18 años que buscan desesperadamente la hipertrofia muscular. A veces observo cómo algunos de ellos, que aún no han pegado el estirón, luchan contra la gravedad del universo, pese a que esta sigue siendo una fuerza muchísimo más débil que la que ostenta su propia niñez. Y pienso que, en mi juventud, yo me dedicaba a castigar mi cuerpo, no a cultivarlo. Y lo hacía porque estaban vigentes los valores heredados de décadas anteriores. Yo viví cuando la estética del perdedor daba sus últimos coletazos y todavía se admiraban las vidas fulminantes de quienes habían optado por la autodestrucción. Ahora eso es imposible. Ahora Kurt Cobain sería considerado un fracasado.
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El nuevo sacerdocio
Es difícil que haya una autoridad tan respetada como la que emana del diagnóstico de un psicólogo. Ni tan ubicua. Actualmente, el discurso psicológico está en todas partes: tras una catástrofe natural dando aliento a los afectados, en el corolario de cualquier noticia ofreciendo su acreditado punto de vista, o incluso en la resolución de un intrincado caso policial facilitando un perfil minucioso del delincuente. La razón de este éxito reside en que la psicología trasciende los muros académicos y es asumida por la gente como una coartada científica que puede justificar muchos de sus comportamientos. Los psicólogos no solo otorgan una explicación al caos del universo, sino que ahora, vacías las iglesias, son el único consuelo de las penalidades del alma. En la era de la vulnerabilidad, la psicología es el nuevo sacerdocio.
Seguir leyendoMorir
De todas las experiencias que el ser humano vive, solo morir, la más determinante, se le escapa. Cuanto se ha dicho de la muerte jamás se ha asumido en carne propia. El hecho de que tan solo seamos capaces de «vivir» la muerte significa que las palabras que utilizamos para describirla únicamente se refieren al rastro que deja en los vivos. La muerte, como el infierno sartreano, son los otros. Morir es ver morir a los demás. Morir es, en realidad, una teoría.
Seguir leyendoCíclopes
Porque tenemos dos ojos, nuestro mundo es horizontal. Ambos recomponen en una sola imagen los elementos que perciben por separado. A esto se le llama estereoscopía, y es algo de lo que, por ejemplo, carecerían los cíclopes. De hecho, su mundo sería vertical, y para disfrutar de una visión semejante a la nuestra, tendrían que estar moviendo la cabeza de un lado a otro. Lo máximo que puede abarcar nuestra mirada es un campo visual de 180 grados; la de un cíclope, en cambio, estaría condenada a no más de 30, es decir, la que permite la discriminación de colores como mucho. Así que, si yo fuera un cíclope, estaría condicionado por mi limitación ocular, y como no podría acceder a la amplitud horizontal del paisaje, no tendría más remedio que vivir reconcentrado en mí mismo.
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