Este año cumplo dos décadas dedicado a la enseñanza y creo que nunca me he sentido tan alejado de ella como ahora. Es una sensación que ha ido creciendo en mi interior a lo largo del último lustro y que ha terminado de fraguarse en estos tiempos de pandemia. Cada vez veo a mis alumnos menos adolescentes y más niños. Si fuera maestro de primaria, estaría acostumbrado a verlos así, pero puesto que pertenezco al cuerpo de profesores de enseñanza secundaria, no estoy preparado para entenderlos. Puedo lidiar con el caos hormonal de la primera juventud, pero no con los últimos estertores de la infancia.
Seguir leyendo