Peces españoles

La sensación es extraña. Un médico español, Francisco Javier Balmis, realiza la primera campaña internacional de vacunación de la historia de la humanidad, y ninguno de tus libros de texto del instituto lo nombra. El corpus legal, que se inicia con el testamento de Isabel la Católica y culmina en las Leyes de Indias de 1680, anticipa lo que dos siglos más tarde se conocerá como derechos humanos, pero ninguno de tus profesores te lo ha contado jamás. El real de a ocho castellano, de curso legal en EE.UU. nada menos que hasta 1857, es la primera moneda global, y tú has tenido que enterarte por tu cuenta, y además vía Internet. 

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Debates

No creo en el carácter de los pueblos ni en la voluntad general; ambas son cualidades de los individuos, no de la masa. Sí estimo, en cambio, que sea posible que a la sociedad se la pueda manipular como si fuese una sola mente, dirigir su comportamiento mediante técnicas de ingeniería conductista que trascienden esas emociones o esos instintos de los que suelen echar mano la publicidad y cualquier tipo de propaganda. Creo también que el control social más eficaz en países que han asumido la mitología de la democracia no es el que apela al bajo vientre (o, al menos, no solo), sino el que recurre a los luminosos territorios de lo intelectual, el que se produce cuando el poder acota los debates públicos, restringe los puntos de vista y los difunde para dar la impresión de que la opinión es múltiple, dinámica y relevante. Creo que cuanta más obcecación hay por el debate, menos libertad real existe. Creo, en definitiva, que los debates son el bromuro de la ciudadanía.

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Francia es un fake

Siempre me ha parecido que la historia de Francia está sobrevalorada. A poco que uno atienda a los hechos más relevantes de sus últimos cuatro siglos, observará que su aportación al mundo no ha sido tan determinante como la mayoría de los historiadores se ha empeñado en señalar. Y más si se tiene en cuenta que casi todo lo que ha emprendido ha fracasado estrepitosamente. En realidad, su supuesta grandeur dura lo que dura Luis XIV en el trono, y aun así, su tentativa de imperio americano sale terriblemente mal.

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El segundo acto

En el Arte nuevo de hacer comedias, Lope de Vega dice que estructurar el argumento en tres partes es lo más adecuado para contar una historia, porque tres son también las edades del hombre. Por eso, a pocos años del medio siglo en este gran teatro del mundo, uno no tiene más remedio que preguntarse: ¿y si hubiera entrado ya en el segundo acto de la obra? ¿No estaría así explicada la sensación de permanecer en este destierro perpetuo, en esta vasta tierra de nadie? 

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Personillas

Poco a poco veo más rostros descubiertos en mi trabajo, sobre todo entre los estudiantes (no así entre los profesores, qué curioso), lo cual ha hecho que esta primera semana sin mascarilla obligatoria no haya reconocido a casi nadie. El día antes de la «liberación», se me ocurrió preguntar a mis alumnos si, ahora que podían, vendrían a clase con la cara destapada. La mayoría contestó afirmativamente, pero me sorprendió que los que aún se mostraban reticentes adujeran por unanimidad que seguirían llevándola porque les daba vergüenza quitársela.

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Ser joven

Si tu hijo te dice que su vida es una mierda, no intentes convencerlo de lo contrario; cuanto más lo hagas, más fácil le resultará seguir compadeciéndose de sí mismo. Tan solo limítate a actuar indirectamente, como de soslayo. Es decir: asume, con la mayor despreocupación posible, que su vida es una mierda si quieres que algún día deje de pensar que lo es. Su lamentación no constituye una idea, ni siquiera un sentimiento, sino el colofón recurrente que convierte la tristeza en un hábito. No te preocupes, deja que hable. Estar triste le permitirá encontrar luego esos momentos de plenitud que únicamente podrá regalarle la madurez.

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Hiperlongevidad

Enfriamiento. Implosión. Expansión eterna. Según algunos físicos, una de estas posibilidades será el final del universo. Y después, no habrá un después. Por eso, el sueño de la inmortalidad no existe; existe el sueño de la hiperlongevidad. Ambos se confunden porque ni siquiera la fantasía puede concebir el final de todo. Deseamos prolongar la vida, no ser eternos. Ulises elige envejecer en Ítaca y rechaza la inmortalidad que le ofrece Calipso. Aunque la cuestión se vuelve sobrecogedora si nos preguntamos: ¿qué hace que una inmortal pueda enamorarse de un hombre de carne y hueso?, ¿su caducidad tal vez?, ¿acaso los dioses nos han hecho perecederos porque envidian que podamos morir?

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La aristocracia de la tilde

La mayor parte de las faltas de ortografía que cometen mis alumnos son faltas de acentuación. Ellos se desesperan con la intransigencia con que suelo corregirlas, y siempre terminan haciendo la consabida pregunta de todos los años: para qué sirven las tildes si se puede entender un texto sin ellas. Yo entonces, harto de tener que justificar la utilidad de lo que enseño en clase, les digo que, para mí, las tildes son lo que para un alemán, por ejemplo, es el motor de un BMW, es decir, algo de lo que sentirse orgulloso. Porque, como los automóviles en Alemania, las reglas de acentuación son de las pocas cosas que, en los tiempos que corren, funcionan bien en nuestro país.

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El relato

Hay algo en la narración que subyuga la mente de quien la escucha, un poder que hace que el mensaje llegue al receptor abarcando al mismo tiempo la razón y las emociones. Las buenas historias nos atrapan al instante, así que el arte de contarlas siempre ha tenido como objetivo guiar la opinión de las personas. Lo sabían los chamanes de las tribus neolíticas, los evangelizadores cristianos y los líderes de las grandes revoluciones. Los ingleses llaman hoy a esto «storytelling», y nosotros, siempre a rebufo del imperio a pesar de que poseemos un idioma mucho más rico, lo hemos traducido, ay, como «relato».

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Viajes

Somos la última generación del Romanticismo. Nos gustan las mismas reliquias y adoramos a los mismos  dioses. Seguimos hablando de genio y de originalidad, creemos que todo hombre oculta a un poeta y todavía consideramos el mundo como un misterio insondable. Pero de entre todas las supersticiones románticas que permanecen enquistadas en las glándulas de occidente, tal vez la más palmaria sea esa pulsión por el viaje que parece consumir a mis contemporáneos. ¿Por qué la gente quiere viajar a toda costa? ¿Qué es lo que otorga al viaje el prestigio social que hoy posee? Y sobre todo: ¿por qué se nos vende como una conquista personal que, a su vez, es reveladora de un estatus o de un carácter?

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