No creo en el carácter de los pueblos ni en la voluntad general; ambas son cualidades de los individuos, no de la masa. Sí estimo, en cambio, que sea posible que a la sociedad se la pueda manipular como si fuese una sola mente, dirigir su comportamiento mediante técnicas de ingeniería conductista que trascienden esas emociones o esos instintos de los que suelen echar mano la publicidad y cualquier tipo de propaganda. Creo también que el control social más eficaz en países que han asumido la mitología de la democracia no es el que apela al bajo vientre (o, al menos, no solo), sino el que recurre a los luminosos territorios de lo intelectual, el que se produce cuando el poder acota los debates públicos, restringe los puntos de vista y los difunde para dar la impresión de que la opinión es múltiple, dinámica y relevante. Creo que cuanta más obcecación hay por el debate, menos libertad real existe. Creo, en definitiva, que los debates son el bromuro de la ciudadanía.

En España, donde el folklore de la tertulia ha inspirado numerosas escenas a escritores y artistas, todo canal de televisión y toda cadena de radio poseen sus horas dedicadas a dar la impresión de que la complejidad social se halla representada por el enfrentamiento entre los periodistas progubernamentales y los periodistas de la oposición. De semejante pantomima (fundamentada en la típica dualidad de casino noventayochista) se elabora luego la papilla informativa que suele ser servida en la mesa de los buenos ciudadanos, quienes con pasmosa rapidez asumimos como nuestra una de las dos perspectivas. 

Pero si existe un lugar donde el espejismo de lo plural se muestra con total impudicia, ese es Twitter, especie de pudridero de la opinión en el que, curiosamente, la servidumbre (muchas veces inconsciente) a la propaganda partidista es mucho más recalcitrante que en los medios convencionales. El amplificador de las redes sociales solo ha afectado a nuestra caja de resonancia, donde al final oímos lo que queremos oír. Y eso lo saben los políticos adictos al tuit y los grandes magnates como Elon Musk

Quizás así se explique que, ante situaciones difíciles, ante terribles puntos de inflexión en nuestra historia reciente, la respuesta social, infectada por el virus partidista, haya sido siempre tan despreciablemente irresoluta desde que existe Internet.

Por eso, por culpa de los debates, los españoles jamás podremos guillotinar a nuestros reyes.

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