Desde fuera

¿Se imagina usted a Jefferson, a Franklin o a Washington fundando un partido en 1776 que se hubiese llamado, qué se yo, PRIC, Partido Revolucionario por la Independencia de las Colonias? ¿O al Abate Sieyès y a Roberspierre haciendo lo propio en plena monarquía de Luis XVI? ¿Se imagina a Lenin montando un tinglado semejante para participar en la Cuarta Duma de Nicolás II? Es decir: ¿es capaz de imaginarse a estos personajes acatando las reglas del régimen político del momento y tratando de cambiar las cosas «desde dentro»?

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Vivimos muy bien

Desde el año 2002 trabajo en la enseñanza pública, y desde 2006 soy funcionario de carrera. Llevo dos décadas yendo al instituto una media de seis horas al día de lunes a viernes, y estoy dieciséis años sin preocuparme excesivamente por mi futuro laboral. Puesto que tengo la plaza en propiedad, puedo echar raíces cerca de mi trabajo. No siento la inseguridad que dicen sentir amigos que no son funcionarios; mi situación me ofrece la suficiente estabilidad como para que pueda permitirme hacer planes de futuro.

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Los cinco continentes

Uno de los momentos más reveladores que he tenido en la enseñanza fue cuando impartí clases de 1º de ESO en el programa de Compensatoria. Cierto día, tras la lectura de un texto sobre viajes alrededor del globo, se me ocurrió preguntar a mis alumnos si podían decirme los nombres de los cinco continentes habitados. Uno respondió que el único que conocía era Brasil y otro que solo se acordaba de Bélgica y de Rusia. Entonces, algo asustado, extendí un mapamundi en la pizarra y señalé los continentes que existían oficialmente hasta el momento; ni siquiera viendo los perfiles geográficos supieron reconocerlos. Aquellos chavales pasaban por muchas dificultades personales y familiares, pero no eran tontos. A poco que algo les interesara, lo absorbían inmediatamente. Y sin embargo, además de leer y escribir peor que un niño de seis años, carecían de los conocimientos básicos que, en teoría, un país desarrollado como España debía facilitar a sus ciudadanos.

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Viva el sur

Por más que lo quieran ocultar, el patrón se repite: el sur es civilización y el norte, barbarie. Mientras allí fornican con sus ovejas y adoran a sus dioses de la muerte, aquí se escribe el Ars amandi y se venera el esplendor del cuerpo humano. En el sur se inventa una religión que nos anima a amar a nuestros enemigos; en Upsala están haciendo sacrificios humanos hasta bien entrado el siglo XI. El sur crea, el norte destruye. De allá son la incursión, el saqueo y la piratería. Indoeuropeos, germanos, vikingos, ingleses: todos provienen de un mismo punto cardinal y todos quieren siempre algo de nosotros. 

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24 del 2 del 22

No sé si se trata de un privilegio o no, pero lo cierto es que nos ha tocado vivir una de esas extrañas épocas en las que el orden que hasta hace poco creíamos inmutable se viene inevitablemente abajo. El «siglo americano» llega a su fin sin que hayan pasado cien años siquiera. No ha sabido gestionar EE.UU. la posición de preeminencia que ganó con la desintegración del mundo comunista. El gen depredador que anida en toda nación protestante lo ha hecho cometer demasiados errores. Sobre todo en el Heartland asiático, especie de obsesión que, desde su intervención en Irak, ha terminado convirtiendo en un avispero imposible.

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Domesticados

No creo que haya existido en la historia nada tan traumático como el final del Paleolítico. Abandonar de pronto el bosque, ponerse a arar la tierra y a cuidar del ganado, encerrarse entre las cuatro paredes de una choza miserable, depender de una rutina cada vez más penosa, empobrecer una dieta, hasta entonces variada, a base de carbohidratos, o someterse a una nueva jerarquía social fundamentada en la posesión de bienes, es solo una pequeña muestra de las secuelas que dejó en la humanidad. De hecho, todas las historias que se refieren a una edad dorada primigenia conservan, en el fondo, el recuerdo de nuestra vida como nómadas

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Emprendedor

Cada época es dueña de su propio lenguaje. Cada lenguaje posee sus propias palabras. El poder tiene en el lenguaje una herramienta decisiva para construir instantes llenos de sentido. El lenguaje del poder no es espontáneo ni tampoco convencional. Es un producto prefabricado. Por eso, en el fondo, el lenguaje del poder siempre ha sido un antilenguaje. Y sin embargo, está presente. Más que eso: es ubicuo, tanto que ya forma parte de nuestras vidas. A veces pienso que ha usurpado el trono de la literatura y utiliza sus mismos recursos. Hoy el político genera realidades como antes lo hiciera el poeta.

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Cachondeo

Una cosa es el humor y otra el cachondeo. El humor puede llegar a ser patético y terriblemente triste, y, sobre todo, terminar exponiéndonos, desnudos e inermes, al desierto de lo real. El cachondeo, en cambio, es una fiesta continua, un fuego de artificio en el que importa menos el fondo que la forma. Lo peor del cachondeo no es la vulgaridad de la que se suele nutrir (hay vulgaridades muy loables y humorísticas), sino la endémica impotencia que esconde siempre. Está en nuestra parte reptiliana de afrontar la vida agarrarnos un colocón de cachondeo cuando los problemas comienzan a acuciarnos; aunque luego nos demos cuenta de que tras él nunca ha habido nada y entonces se nos quite las ganas de reír. El humor es catártico, el cachondeo, sin embargo, es un callejón sin salida, una inercia frívola que nos vuelve perezosos e ignorantes.

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Autor, autor

Hubo un tiempo en que la humanidad vivía sin autores. Hasta hace relativamente poco, el arte, la ciencia o la literatura no precisaban de esa figura que sin embargo hoy parece indispensable. ¿Quiénes son los arquitectos que idean las pirámides de Egipto? ¿Quién compone el Cantar de Roldán? ¿Quiénes tallan los bellos y misteriosos capiteles del Románico? Tal vez antes se tuviera la certeza (muy razonable, por cierto) de que la obra era muchísimo más importante y, puesto que esta permanecería durante más tiempo en la historia de los hombres, infinitamente superior a su creador.

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El mayor enemigo del progreso

Primero es el huevo y después la gallina, o, lo que es lo mismo, primero existe el sistema productivo y luego se concibe un sistema educativo que se adapte a él lo mejor posible. De hecho, la educación pública se universalizó durante la Revolución Industrial porque un gran número de trabajos relacionados con la industria, el comercio y los servicios requería la habilidad de leer, escribir y realizar operaciones matemáticas sencillas. La realidad siempre es decepcionantemente prosaica: si los estados han invertido en capital humano y en educación ha sido por las necesidades económicas del momento, no por imperativos morales o filantrópicos.

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