Cada época es dueña de su propio lenguaje. Cada lenguaje posee sus propias palabras. El poder tiene en el lenguaje una herramienta decisiva para construir instantes llenos de sentido. El lenguaje del poder no es espontáneo ni tampoco convencional. Es un producto prefabricado. Por eso, en el fondo, el lenguaje del poder siempre ha sido un antilenguaje. Y sin embargo, está presente. Más que eso: es ubicuo, tanto que ya forma parte de nuestras vidas. A veces pienso que ha usurpado el trono de la literatura y utiliza sus mismos recursos. Hoy el político genera realidades como antes lo hiciera el poeta.

Hace unos años, el gobierno de Rajoy, en plena crisis económica, trajo su propio lenguaje y sus propias palabras. Una de ellas, la que llegó para quedarse, fue «emprendedor». El significado del término está cuidadosamente importado del vocablo francés «entrepreneur» y tiene una carga semántica plena de connotaciones positivas: «Que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas», leemos en el DRAE. Esto quiere decir que un emprendedor no es solo un empresario, sino alguien que se debe a la audacia y la novedad, que constantemente está superando la adversidad con fuerza y determinación. 

El emprendedor actúa como el catalizador de un presente nuevamente en crisis al que otorga la consabida luz al final del túnel. Los emprendedores son los que, con su sacrificio, pueden sacar adelante el país, y, si no lo logran, es porque el poder político se lo impide. El mismo poder político que ha creado el mito es el que aparece como necesario antagonista en la comedia, lo que ha terminado convirtiendo al emprendedor en el héroe de nuestro tiempo. A partir de ahora, quien no emprenda está condenado a sucumbir y a entorpecer el progreso de la nación. O eres un emprendedor o un puto «empleado». He aquí la nueva lucha de clases que sirve para olvidar la eterna lucha de clases.

De todas formas, que la moderna virtud colectiva del emprendimiento haya calado en España no deja de ser irónico. Y no porque la mayoría de sus adalides, voceros del liberalismo más engagé, sean simples asalariados (periodistas) o acomodados funcionarios (profesores de universidad), sino porque, si exceptuamos honrosos y escasísimos nombres propios, el modelo del gran emprendedor sigue estando representado por aquellos que, en su día, comprendieron que el auténtico emprendimiento patrio comienza por las siglas del partido que haya ganado las elecciones.

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