Por más que lo quieran ocultar, el patrón se repite: el sur es civilización y el norte, barbarie. Mientras allí fornican con sus ovejas y adoran a sus dioses de la muerte, aquí se escribe el Ars amandi y se venera el esplendor del cuerpo humano. En el sur se inventa una religión que nos anima a amar a nuestros enemigos; en Upsala están haciendo sacrificios humanos hasta bien entrado el siglo XI. El sur crea, el norte destruye. De allá son la incursión, el saqueo y la piratería. Indoeuropeos, germanos, vikingos, ingleses: todos provienen de un mismo punto cardinal y todos quieren siempre algo de nosotros.
El norte es esencialista y profundamente racista; el sur es materialista y mestizo. Ellos inventaron la nación y el volkgeist; nosotros el imperio integrador y polisinodial. El septentrión no entiende al «otro»; el mediodía se mezcla con él. Desde 1514, se reconocen y hasta se fomentan los matrimonios interraciales en la América hispánica; en el siglo XIX, sin embargo, a Rudyard Kipling no le duelen prendas empezar su cuento Beyond the pale de esta forma: «Todo hombre debiera ceñirse a su propia casta, raza y educación, en cualquier circunstancia. Que vaya el blanco con el blanco y el negro con el negro». El norte quiere extender ahora sus pecados supremacistas a todo occidente, pero no fuimos nosotros los que gaseamos a seis millones de judíos.
A los hombres del norte les ha costado miles de años ponerse a nuestra altura, y cuando lo han conseguido, han querido borrarnos de la historia. Si por ellos fuese, en sus libros de texto Sócrates habría nacido en Bristol y Rafael en Múnich. Nos han hecho creer que el sur es el vientre blando de Europa, un lastre que retrasa la maquinaria capitalista del diligente y eficaz norte. Y hoy lo creemos y lo interiorizamos como si respondiera a nuestra auténtica naturaleza. Pero no es verdad, ni ahora ni antes.
El norte no puede soportar que seamos la cuna de la belleza y de la luz, y por eso solo nos ofrece oscuridad, bruma y mala conciencia. Tal vez haya llegado la hora de asumir que, si el sur no hubiera existido, Shakespeare habría continuado con el negocio de guantes de su padre y los suecos todavía estarían degollando niños en honor a Odín.
Así que arriba esa cabeza. Un poco de dignidad. Un poco de orgullo.
Imagen: Europa regina.
¡Con dos!
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