Podemos estar tranquilos. El enfrentamiento social no ha llegado todavía. El verbo despreciativo y violento no ha salido del Congreso de los Diputados ni de las redes sociales. No ha ensuciado el vituperio la tienda de barrio. Se mantiene limpia de odio la atmósfera de las ciudades. Los compañeros de trabajo no se insultan ni los matrimonios se querellan. El ruido y la propaganda de los medios de comunicación no han acabado con la silenciosa rutina de la gente. El mundo de allá no ha contaminado la vida de acá. Por ahora seguimos a salvo. La historia no ha invadido nuestra intrahistoria. 

Por eso aún podemos distinguir la una de la otra. La historia es la que sale en los libros, la que protagonizan los hombres con responsabilidad política; la intrahistoria es la que no tiene protagonistas, la de las personas que carecemos de nombre, la que jamás será recordada por nadie. La historia se estudia, la intrahistoria la vivimos. Si la intrahistoria no existiera y hubiésemos estado condenados a habitar exclusivamente los dominios de la historia, ya nos habríamos masacrado. Porque es imposible pensar del vecino lo que habitualmente opinan los políticos de sus semejantes sin que acabe estallando la guerra.

La guerra es siempre histórica. La gesta en su seno la historia como una inevitable recurrencia. En esta primera fase donde nos encontramos ahora, afortunadamente el conflicto no ha cruzado todavía la frontera de la intrahistoria. Los seres históricos continúan ocupados en crear dos bandos, dos partidos, dos versiones de la realidad que pretenden ser irreconciliables. La izquierda y la derecha, las mujeres y los hombres, los ricos y el resto de la gente. Discordias ofrecidas a la intrahistoria como leyes naturales que justifican los horrores que habrán de provocar.

Pero se intuye la ponzoña al otro lado. El hedor de los dogmas ideológicos prestos a extender la división y la ruina. Hace tiempo que los políticos no disimulan el interés de parte que antes escondían tras las causas comunes. Así que creo que no tardarán en exigir nuestro apoyo, el de las huestes intrahistóricas, el de la carne de cañón. Esa es la única manera que tienen de hacer historia: contra la intrahistoria. Una inmersión repentina en sus profundidades con el objeto de removerlas, de encochinarlas para que no se vea que van a por nosotros. Que son ellos, los seres históricos, los únicos enemigos que tenemos.

Imagen: Angelus Novus. Paul Klee, 1920.

4 comentarios en “La amenaza de la historia

  1. Se me pasa por las mientes el pensamiento unamuniano: la intrahistoria que vivimos los pueblos y la historia que unos cuantos hacen y nosotros estudiamos. Well done!

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario