John Kennedy Toole nunca vio publicada su obra. La conjura de los necios, escrita en 1962, salió a la luz en 1980, cuando el autor llevaba muerto once años. Las personas que, hasta entonces, habían leído la novela eran muy pocas: el propio escritor, los lectores de las editoriales que la rechazaron y la madre, Thelma Toole, cuya contumacia hizo posible que la novela fuese editada finalmente. La anécdota no sólo da cuenta del consabido arquetipo de la obra maestra que es injustamente ignorada. Hay en ella algo más importante que, por demasiado obvio, pocas veces se piensa: que la historia de los libros es, en el fondo, la de la gente que los lee.
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La isla
Tengo una teoría: la lengua no la hacen los hablantes, sino que es la lengua la que hace a los hablantes. Esto concuerda con lo que Tolkien aseguraba que había sido su verdadero propósito al crear la Tierra Media: dar hablantes al quenya, el primer idioma élfico que había estado desarrollando desde su juventud. Mi teoría sigue el orden tolkiano, que es, en el fondo, el de todas las cosmogonías. Primero la palabra y después el mundo. Primero el «fiat lux!» originador de la luz. El sonido articulado en el verbo creador. La música de las esferas.
Seguir leyendoEn la tinta
El tiempo es el olvido. Nacemos para dejar de ser recordados. No hay paradoja más terrible que esta, ni más bella. Pese a que solo estamos aquí para generar otras vidas, para depositar nuestros genes en otros cuerpos, al final seremos devorados por la oscuridad amnésica de los siglos. A partir de la sexta generación, la probabilidad de descender genéticamente de nuestros antepasados es del uno por ciento, y del uno por mil desde la vigésimo tercera. Así que todo lo que somos, todo aquello que volcamos en quienes nos suceden terminará diluyéndose en el infinito caldo del tiempo.
Seguir leyendoUn género menor
Los novelistas no saben que la novela es hoy un género menor. Incluso parece que han olvidado que, en más de cuarenta siglos de historia literaria, la novela únicamente ha sido importante en los últimos doscientos años. Tiene su momento de esplendor durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, cuando se convierte en un producto creado a la medida de la burguesía, que, por entonces, goza del suficiente tiempo libre como para leer tochos de novecientas páginas. Es cierto que la novela moderna nace con el Quijote, pero el género no se entiende sin las aportaciones posteriores del realismo y del naturalismo. Al burgués de esas épocas (y de todas) no solo le gusta que le hablen de lo que conoce, sino que lo hagan estimulando su sentimiento de culpa. Y la novela, desde entonces, ha sido el cilicio más adecuado para que las conciencias burguesas se flagelen entre sí.
Seguir leyendoSalir en la foto
En el mundo literario es más útil conocer a las personas adecuadas que escribir un buen libro. Por eso hay escritores que, desde jovencitos, siempre procuran salir en la foto. Salir en la foto es un arte y un trabajo al mismo tiempo, es decir, debes tener desparpajo y don de gentes, pero también picar piedra como un condenado. De hecho, es de esto último de lo que depende que pases del subsuelo local al purgatorio regional, y de ahí, a sentarte en la mesa de los mayores. Así que, si eres uno de esos a los que les puede la hybris y esperan que su obra sea la que tenga la última palabra, este no es tu artículo.
Seguir leyendoSomos muchos
Somos muchos, quizá demasiados. Levantas una piedra, fisgoneas en un perfil y acabas encontrándote con alguno de nosotros. Estamos por todas partes, e incluso hay quien piensa que no cabemos ni uno más. Por supuesto, no me refiero a los tontos (aunque los haya), sino a la gente que, de la noche a la mañana, se ha puesto a escribir. Porque es un hecho indiscutible que todo el mundo escribe últimamente, y, lo que es más indiscutible todavía, que una gran mayoría tiene su librito publicado. Confieso que, hasta hace poco, mi corporativismo me impedía admitir esta evidencia. Pero al final no he tenido más remedio que caer del caballo. En efecto, somos muchos, demasiados tal vez. El planeta literario está superpoblado y sus recursos son cada vez más pobres. Y esto es así porque cada libro que sale a la venta ocupa el doble de espacio: el suyo y el de un ego hipertrofiado esperando reconocimiento.
Seguir leyendoAutobombo 2.0
Apenas promociono mis libros en las redes sociales, es algo que me supera. Y cuando lo hago, termino sintiendo una mezcla de pereza plebeya y pudor aristocrático. No puedo evitar inhibirme en cuanto me percato de que llevo hablando de algún libro mío demasiado tiempo. De hecho, la más insustancial palabra referida a él me incomoda, aunque haya sido una mención que sobrevuela de pasada. Siento el mismo decoro de las ocasiones en que me veo obligado a hablar de mí mismo. Quizá es que en el fondo considero que lo que escribo es una extensión de mi persona y por eso me cierro en banda, o también que, cuando me dirijo a gente que casi no conozco, de pronto mis habilidades sociales descienden al nivel de un cangrejo ermitaño.
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