No hay nadie en este país que cometa al día tantas faltas, tantas ilegalidades, como el profesor de secundaria. De hecho, lleva tanto tiempo cometiéndolas que ya forman parte de la esencia de su labor. Puede parecer lo contrario, pero cuando el doctor Jenkyll cierra la puerta de su aula, empieza a crecer la sombra del señor Hyde. Donde debiera haber actividades basadas en proyectos, se alza una clase magistral sobre la célula, y donde juegos y recursos informáticos, se interponen los dictados y los copiados de toda la vida. El profesor de secundaria se matricula en cursos de innovación educativa y asiente con sonrisa servil a las recetas de orientadores y pedagogos, sin embargo, después, a la hora de la verdad, termina haciendo lo que quiere, es decir, exactamente lo contrario.
Al profesor de secundaria se le ha tachado de cobarde y acomodaticio, se le ha criticado su aquiescencia con el poder y su dependencia casi patológica de la autoridad, pero en el fondo está en contra de todos ellos. El profesor de secundaria es un rebelde que no sabe que lo es, un resistente de tapadillo, un quintacolumnista que lleva más de treinta años boicoteando inconscientemente cualquier ley educativa con el sencillo gesto de impartir sus clases como mejor puede o de elevar el nivel cuando cree que debe hacerlo. Por eso, todos los gobiernos que se han alternado en el poder lo consideran el peor enemigo al que han de enfrentarse, el más duro de batir.
Mientras que al terrorista internacional se le puede hostigar, al profesor de secundaria es imposible obligarle a cumplir con los nuevos currículos; mientras que al hereje se le puede convertir, al profesor de secundaria nadie es capaz de hacerle olvidar su experiencia a pie de aula (experiencia que suele chocar de frente con los dogmas pedagógicos, por supuesto). He aquí el gran fracaso del legislador: la enseñanza pública, a pesar de sus leyes, sigue en pie. Esto significa que la ansiada utopía futura donde el conocimiento estará tan solo en manos de una élite aún no ha llegado. Y todo por culpa del profesor de secundaria.
Él es el último puntal, el último entibado que a duras penas mantiene el edificio. Recuérdalo cuando a tu hijo le exijan que se esfuerce para aprobar. Recuérdalo y no te quejes. Porque detrás hay un profesor de secundaria impidiendo que el desastre se consume.
Imagen: Lunch atop a skyscraper. Charles C. Ebbets.
Monísimo te ha quedado. Claro que, profesores de secundaria, ya quedan pocos…
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Hay que subir la moral al personal, que está muy mustio.
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Excelente entrada.
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Gracias, Carlos.
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