Para llegar al «todo incluido» donde paso los últimos días de mi viaje por el norte de Cuba, hay que atravesar un puesto de control policial. Presentas los pasaportes y los agentes toman tus datos como si estuvieras a punto de entrar en un país distinto. Y de hecho, eso es precisamente lo que ocurre. Porque, mientras al otro lado de la frontera los cubanos sufren cortes diarios de luz, se las ven y se las desean para encontrar los insumos más básicos y viven obsesionados por hacerse con divisas extranjeras que les permitan adquirirlos, aquí la red eléctrica funciona perfectamente, el bufé libre abunda en infinidad de productos que hace tiempo desaparecieron de las cocinas del pueblo y todo lo estatal se paga en dólares yanquis. Bienvenidos a la «Cuba-Meliá», la isla de playas de agua azul turquesa y mojitos en la arena, el decorado teatral que Fidel Castro hizo levantar en los noventa para salir de la ruina en la que había dejado a la revolución la caída del bloque comunista.
Tras dos semanas recorriendo un país sumido en la miseria más absoluta, me ha costado mucho encajar el contraste con que me he topado en este hotel, que es como el colofón decadente de una nación llena de contradicciones. La retórica de la igualdad que crea insalvables diferencias sociales o el discurso revolucionario que, puesto en práctica, impide que nada avance son algunas moralejas de la utopía socialista que he podido ir extrayendo durante el viaje. Moralejas que, ahora que he tenido la oportunidad de vivirlas en persona, me encantaría contrastar con aquellos que, al otro lado del océano, defienden o, cuando menos, comprenden y justifican toda la mitología revolucionaria y guerrillera que todavía forma parte de nuestra izquierda más irreductible.
Pero si hay una conclusión que me traigo en la maleta, esa es la de que la mayoría de los cubanos con los que he hablado está harta de la situación en la que malvive, y que, por encima de axiomas ideológicos o ingenuos romanticismos, todos tienen muy claro que un régimen que, tras 63 años en el poder, solo ha conseguido crear riqueza en forma de hoteles exclusivos para turistas extranjeros y cubanos de Miami, tarde o temprano tiene que caer.
Aunque, por ahora, salvo algunos valientes que estos días están protestando en Centro Habana, Pinar del Río o Camagüey, pocos se atreven a exteriorizarlo.
Imagen de Ana Gil Guirado.