Al final, todo sigue estando como lo conocíamos. Internet no ha provocado los cambios que algunos auguraban. La gente continúa leyendo libros, saliendo a la calle y distinguiendo entre la realidad de lo cotidiano y la virtualidad de la pantalla. El tiempo suele poner las cosas en su sitio y acaba concediendo a los sucesos la justa trascendencia que merecen. Lo digital ha puesto patas arriba hábitos sociales y personales, pero el mundo en que vivimos permanece estancado en la misma rutina histórica de siempre 

Internet no está concebido para el cambio político, sino para el mantenimiento del statu quo. Las revueltas de las primaveras árabes, el 15-M o la hongkonesa revolución de los paraguas han terminado reforzando aquello contra lo que se enfrentaban. La razón es sencilla aunque difícil de asumir: su organización fue posible gracias a los móviles y a la universalización de la red que su uso trajo consigo. Nada que ver, por otra parte, con las protestas de Otpor!, que echaron del poder a Slobodan Milosevic, o las de Kmara, que dieron la puntilla a la presidencia del georgiano Eduard Shevardnadze; ambas tuvieron lugar años antes, cuando los teléfonos aún servían para hacer llamadas.

Internet permite que la información se transmita, pero impide que  la acción se organice. Por eso, el poder lo utiliza  como una herramienta para ir varios pasos por delante de cualquier movimiento subversivo. El espionaje digital es rápido y muy fructífero. Sea centralizada, descentralizada o distribuida la conexión de los cientos de millones de ordenadores que existen en el mundo, el simple hackeo es más efectivo que los microfilms ocultos en la suela del zapato o los mensajes escritos con tinta invisible. 

Hoy las grandes multinacionales del silicio venden nuestros datos a los estados, y estos, a su vez, consiguen saberlo todo de nosotros sin apenas movilizar a sus agentes. Mediante programas como ECHELON o MYSTIC y operaciones como las CIO (Covert Internet Ops: Operaciones Encubiertas de Internet), pueden conocer, en pocos segundos, quiénes somos, cuáles son nuestros objetivos, cuántas personas componen nuestro grupo de rebeldes o dónde escondemos la propaganda sediciosa.

Mientras sigamos creyendo en el mito de la tecnología, toda iniciativa política que sea considerada una amenaza terminará en fracaso. Debemos regresar al piso franco, al santo y seña y al garito clandestino. Lo digital es un lastre; lo analógico es el futuro. La revolución será analógica o no será.

2 comentarios en “Revoluciones analógicas

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