Se termina un camino que comenzó hace treinta y cuatro años con la aprobación de la LOGSE. Cuanto aquella ley pretendía en su preámbulo se cumple con pasmosa precisión ahora. Sabemos que todo ese tiempo sólo ha sido una preparación para el presente. Lo sabemos porque la actual LOMLOE, con su oposición explícita a lo que con desprecio denomina como «saberes enciclopédicos», da carta de naturaleza a la indolencia y normativiza definitivamente la incultura. Por eso digo que se acaba un camino. Un camino en el que el PSOE (con la complicidad del PP) ha desmantelado la enseñanza española para adaptarla a la principal exigencia del sistema productivo: abandonar para siempre el ideal de ciudadanía ilustrada y convertir las escuelas en las fábricas del nuevo proletariado.

A los alumnos que están por llegar les aguarda una escolarización mezquina e infamante. Con la excusa de su felicidad, serán mantenidos en un estudiadísimo estado intelectual próximo al analfabetismo que les permitirá adquirir unos pocos conocimientos a cambio de estar incapacitados para profundizar en cualquiera de ellos. Serán entrenados durante los primeros dieciocho años de su vida para salir al mundo hiperespecializados y obedientes, prestos a incorporarse a enjambres de zánganos expertos en su pequeña celda de la colmena e ignorantes en todas las demás. Qué débiles se mostrarán. Qué inermes para arrostrar situaciones que excedan su limitado campo de acción, su exigua experiencia de vida. Desde el principio serán carne de cañón que el mercado laboral no dudará en aplastar irremisiblemente en el instante en que perciba su ineptitud para el esfuerzo. Y será entonces precisamente cuando sientan por primera vez el dolor de una realidad que la escuela nunca tuvo el menor interés de revelarles.

Termina un camino, sí, pero también comienza otro muy diferente. Y lo que este traiga consigo es algo que, pese a todo, ha empezado a no importarme lo más mínimo. Afortunadamente, mi hija ya ha cumplido veintidós años y está lejos del desastre, y yo, por mi parte, soy un profesor que tiene la jubilación a la vuelta de una década. Me da igual lo que suceda a partir de ahora. El plan, trazado para transformar la sociedad desde sus cimientos, ya no tiene vuelta atrás. Por eso, consciente de la inutilidad de cualquier oposición, he decidido adaptarme a lo que venga sin miedo y sin esperanza, con la serena resignación de quien camina entre ruinas.

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