1. La lengua es una facultad exclusivamente humana que depende de sus usuarios, que son los que la crean y la hacen cambiar, y también quienes, llegado el momento, dejan de hablarla. Esto significa que, por sí misma, una lengua ni nace ni muere, tampoco recibe agresiones o amenazas, no es depositaria del espíritu de ningún pueblo y mucho menos posee derecho a algo. Es una simple herramienta y no un ente con capacidad de raciocinio, así que son los hablantes los únicos que tienen derechos. Si se atribuyen derechos a las lenguas, habría que otorgárselos también a las llaves inglesas o a las bombillas.

2. No existe ningún derecho que asista a las personas a usar las lenguas. Ni derecho ni deber, por supuesto. Legislar sobre una lengua, sea cual sea, es tan absurdo como legislar sobre la ropa. Si no hay pantalones oficiales o cooficiales, tampoco ha de haber lenguas oficiales o cooficiales. ¿Se propone con ello la anarquía lingüística? No. Ni en Gran Bretaña ni en EE.UU., por ejemplo, se reconoce la oficialidad del inglés, y no pasa nada. Son los hablantes los que hacen oficial el idioma al convertirlo en lengua franca. ¿Por qué? Porque la mayoría de la población lo habla.

3. Cuando conviven varias lenguas en un mismo país, estas pueden terminar clasificándose en lenguas útiles e inútiles. La utilidad o inutilidad de una lengua depende de su número de hablantes. Una lengua mayoritaria es mucho más útil, más comunicativa, que una minoritaria. Que sean los hablantes quienes decidan libremente la lengua que ha de hablarse en un territorio producirá, como es obvio, situaciones de diglosia. Pero estas serán el resultado de un proceso natural, no premeditado, como ha ocurrido desde que el hombre profiriera su primer vagido. Las instituciones y códigos que pretenden suplantar dicho proceso y preservar las lenguas (todas, útiles e inútiles) solo sirven a intereses que nada tienen que ver con lo lingüístico.

4. En España hay una lengua que es más útil que todas las demás. Cualquier zancadilla (metafórica) o trampa legal que se le plantee va en contra de los que la han convertido en mayoritaria. Llamo zancadilla a la catetada del bilingüismo o a la imposición del catalán, euskera, gallego, valenciano y (pronto) bable en los centros de enseñanza de las comunidades autónomas con lenguas cooficiales. Llamo trampa legal al Artículo 3 de la Constitución de 1978.

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