Los hombres son hombres incluso cuando son niños todavía. No porque un niño presente atributos físicos masculinos ni tampoco porque en su carácter se adivine al hombre del futuro, sino porque un niño participa de las características que definen a la categoría hombre y posee las facetas que, sin apenas cambios, este presentará a lo largo del tiempo. Por eso, un niño es ya un padre, igual que un hombre que nunca tenga un hijo también lo es. Ser padres no cambia a los hombres, pero no serlo tampoco

Cuando un hombre tiene un hijo, aunque se vea obligado a plantearse la vida de otra manera, sigue siendo el mismo que siempre fue y que será. Un padre sabe esto cuando su hijo es un varón e intuye en él el mismo continuo que solo podrá interrumpir la muerte. En cambio, con una hija, jamás estará seguro de nada. Es imposible que vea en ella a una mujer o a una madre porque su existencia nunca ha estado marcada por grandes acontecimientos biológicos como la menarquia, el parto o la menopausia. Los padres veneran a sus hijas porque no las entienden.

A un hombre no le puedes pedir que sienta la paternidad como siente la maternidad una mujer. Alimentar a un hijo o vestirlo son rutinas que no tienen el mismo significado para ambos sexos. En la madre hay más complicidad; en el padre, cierto desapego. Una madre tiende a proteger a sus hijos, un padre, sin embargo, es más proclive a dejarlos en medio de la selva para que busquen ellos solos el camino de regreso a la tribu. 

La sociedad actual suele ver este comportamiento con suspicacia. Ya se sabe: el signo del patriarcado, una marca más del machismo estructural que nos asola. Pero no es así; un padre no es un ser inferior lleno de automatismos culturales, o al menos no tiene más que los que pueda albergar una madre. Lo que ocurre es que últimamente anda bastante desorientado porque el espíritu de los tiempos ha “maternizado” el concepto de crianza, y lo que no sea implicación emocional es considerado anatema. 

Por eso, hoy los padres lo tienen tan difícil. Cuando actúan como se espera de ellos, creen que en realidad no están hechos para la paternidad, aunque se esfuercen en fingir todo lo contrario. En cambio, cuando se comportan como verdaderos padres, terminan sintiéndose malas personas.

Imagen de Remedios Pérez Juan.

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