Cernuda dejó escritos once libros de poemas, Salinas ocho y Machado, entre ediciones y reediciones, cuatro. Yo, en apenas doce años, llevo publicados seis. No pretendo presumir; únicamente me limito a constatar un hecho: a este ritmo de publicación, llegaré a los ochenta años con un lustroso currículum de más de veinte libros. Lo que me lleva a suponer, no solo que antes se escribía muy despacio (y quizá, por ese motivo, mejor), sino que ahora se publica muchísimo más rápido. Y, sobre todo, que cualquiera (yo, por ejemplo) puede hacerlo sin problemas.
Esto ha acabado con una regla que venía cumpliéndose desde hace dos siglos. La regla de que no es fácil que se fijen en lo que escribes. La regla de que, para que un editor elija tu obra, esta tiene que ser buena. Hoy la regla es otra y tiene algo de exigencia. Hoy, en un previsible y posmoderno mutatis mutandis, si has escrito un libro, «tienes derecho» a que lo publiquen aunque en realidad no lo merezcas. En mi caso, de los seis firmados con mi nombre, cuatro son completamente prescindibles. En su momento creí que eran necesarios, que el panorama literario estaba incompleto sin ellos. Ahora pienso otra cosa. Pienso que la vieja regla te ponía antaño en tu sitio y que la actual te convierte en un soberbio. O peor: en un exhibicionista de tu soberbia.
Así que, si eres un escritor que está a punto de terminar su primer libro, aún estás a tiempo de no caer en esa trampa. Debes concentrarte en una idea muy sencilla. España es el noveno país del mundo donde más libros se editan anualmente. Cuando el tuyo salga a la venta, será un grano de arena en un desierto de 246 títulos diarios, y tu aportación al mundo literario tendrá la envergadura que impone ser, por ejemplo, el volumen número 87.453 de los 90.000 que se editan cada año. Es decir, a tu libro, a tu criatura, al fruto de tus desvelos, no lo va a leer ni Dios.
Solo cuando seas capaz de llegar a una conclusión semejante, solo cuando consigas interiorizar la insignificancia del lugar que ocupas, estarás preparado para comenzar un nuevo y más provechoso camino en tu vida. El camino de las tres negaciones que la literatura ha olvidado: no existes, no eres nadie, no importa lo que tienes que decir.
Imagen de Isidoro Martínez Sánchez.