Es difícil que haya una autoridad tan respetada como la que emana del diagnóstico de un psicólogo. Ni tan ubicua. Actualmente, el discurso psicológico está en todas partes: tras una catástrofe natural dando aliento a los afectados, en el corolario de cualquier noticia ofreciendo su acreditado punto de vista, o incluso en la resolución de un intrincado caso policial facilitando un perfil minucioso del delincuente. La razón de este éxito reside en que la psicología trasciende los muros académicos y es asumida por la gente como una coartada científica que puede justificar muchos de sus comportamientos. Los psicólogos no solo otorgan una explicación al caos del universo, sino que ahora, vacías las iglesias, son el único consuelo de las penalidades del alma. En la era de la vulnerabilidad, la psicología es el nuevo sacerdocio.
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Nacer viejos
En el mundo de los niños eternos, nacer viejo es un estigma que hay que llevar con discreción. Los que hemos nacido viejos sabemos que estamos obligados a nadar contra corriente en un enorme océano de puerilidad y sensiblería. Cuanto más denso y asfixiante es, más revelador se vuelve. Hombres que se comportan como adolescentes compulsivos. Mujeres que creen que pueden detener el paso del tiempo. Cada vez resulta más difícil ver en la calle a representantes de ese lapso intermedio que fue la madurez. Por vestimenta, actitud, gusto o aspiraciones, todos son niños de espíritu o ancianos de cuerpo. En un mundo así, nacer viejo significa no encajar en ningún sitio.
Seguir leyendoPadres
Los hombres son hombres incluso cuando son niños todavía. No porque un niño presente atributos físicos masculinos ni tampoco porque en su carácter se adivine al hombre del futuro, sino porque un niño participa de las características que definen a la categoría hombre y posee las facetas que, sin apenas cambios, este presentará a lo largo del tiempo. Por eso, un niño es ya un padre, igual que un hombre que nunca tenga un hijo también lo es. Ser padres no cambia a los hombres, pero no serlo tampoco.
Seguir leyendoLos cinco continentes
Uno de los momentos más reveladores que he tenido en la enseñanza fue cuando impartí clases de 1º de ESO en el programa de Compensatoria. Cierto día, tras la lectura de un texto sobre viajes alrededor del globo, se me ocurrió preguntar a mis alumnos si podían decirme los nombres de los cinco continentes habitados. Uno respondió que el único que conocía era Brasil y otro que solo se acordaba de Bélgica y de Rusia. Entonces, algo asustado, extendí un mapamundi en la pizarra y señalé los continentes que existían oficialmente hasta el momento; ni siquiera viendo los perfiles geográficos supieron reconocerlos. Aquellos chavales pasaban por muchas dificultades personales y familiares, pero no eran tontos. A poco que algo les interesara, lo absorbían inmediatamente. Y sin embargo, además de leer y escribir peor que un niño de seis años, carecían de los conocimientos básicos que, en teoría, un país desarrollado como España debía facilitar a sus ciudadanos.
Seguir leyendoDebates
No creo en el carácter de los pueblos ni en la voluntad general; ambas son cualidades de los individuos, no de la masa. Sí estimo, en cambio, que sea posible que a la sociedad se la pueda manipular como si fuese una sola mente, dirigir su comportamiento mediante técnicas de ingeniería conductista que trascienden esas emociones o esos instintos de los que suelen echar mano la publicidad y cualquier tipo de propaganda. Creo también que el control social más eficaz en países que han asumido la mitología de la democracia no es el que apela al bajo vientre (o, al menos, no solo), sino el que recurre a los luminosos territorios de lo intelectual, el que se produce cuando el poder acota los debates públicos, restringe los puntos de vista y los difunde para dar la impresión de que la opinión es múltiple, dinámica y relevante. Creo que cuanta más obcecación hay por el debate, menos libertad real existe. Creo, en definitiva, que los debates son el bromuro de la ciudadanía.
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