Cada época es dueña de su propio lenguaje. Cada lenguaje posee sus propias palabras. El poder tiene en el lenguaje una herramienta decisiva para construir instantes llenos de sentido. El lenguaje del poder no es espontáneo ni tampoco convencional. Es un producto prefabricado. Por eso, en el fondo, el lenguaje del poder siempre ha sido un antilenguaje. Y sin embargo, está presente. Más que eso: es ubicuo, tanto que ya forma parte de nuestras vidas. A veces pienso que ha usurpado el trono de la literatura y utiliza sus mismos recursos. Hoy el político genera realidades como antes lo hiciera el poeta.
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Debates
No creo en el carácter de los pueblos ni en la voluntad general; ambas son cualidades de los individuos, no de la masa. Sí estimo, en cambio, que sea posible que a la sociedad se la pueda manipular como si fuese una sola mente, dirigir su comportamiento mediante técnicas de ingeniería conductista que trascienden esas emociones o esos instintos de los que suelen echar mano la publicidad y cualquier tipo de propaganda. Creo también que el control social más eficaz en países que han asumido la mitología de la democracia no es el que apela al bajo vientre (o, al menos, no solo), sino el que recurre a los luminosos territorios de lo intelectual, el que se produce cuando el poder acota los debates públicos, restringe los puntos de vista y los difunde para dar la impresión de que la opinión es múltiple, dinámica y relevante. Creo que cuanta más obcecación hay por el debate, menos libertad real existe. Creo, en definitiva, que los debates son el bromuro de la ciudadanía.
Seguir leyendoFrancia es un fake
Siempre me ha parecido que la historia de Francia está sobrevalorada. A poco que uno atienda a los hechos más relevantes de sus últimos cuatro siglos, observará que su aportación al mundo no ha sido tan determinante como la mayoría de los historiadores se ha empeñado en señalar. Y más si se tiene en cuenta que casi todo lo que ha emprendido ha fracasado estrepitosamente. En realidad, su supuesta grandeur dura lo que dura Luis XIV en el trono, y aun así, su tentativa de imperio americano sale terriblemente mal.
Seguir leyendoEl relato
Hay algo en la narración que subyuga la mente de quien la escucha, un poder que hace que el mensaje llegue al receptor abarcando al mismo tiempo la razón y las emociones. Las buenas historias nos atrapan al instante, así que el arte de contarlas siempre ha tenido como objetivo guiar la opinión de las personas. Lo sabían los chamanes de las tribus neolíticas, los evangelizadores cristianos y los líderes de las grandes revoluciones. Los ingleses llaman hoy a esto «storytelling», y nosotros, siempre a rebufo del imperio a pesar de que poseemos un idioma mucho más rico, lo hemos traducido, ay, como «relato».
Seguir leyendoEmoción pública
Desde que he visto las imágenes de la masacre de Bucha no puedo pensar bien. Es como si todas las ganas de armar un discurso se me hubieran ido por el desagüe. Aunque, en honor a la verdad, debo decir que sí he estado pensando, pero solo cosas absolutamente irracionales, si se me permite el oxímoron, ocurrencias movidas por la tristeza y la rabia. Por ejemplo: he pensado en el horror de los momentos previos a los disparos o incluso en lo que deben de estar sufriendo los familiares supervivientes. O sea, más que pensar, he estado sintiendo.
Seguir leyendoHuevos con beicon
En 1925 una compañía cárnica, la Beech-Nut Packing Company, contrata a Edward L. Bernays, el padre de la publicidad y de las relaciones públicas, para que incremente las ventas de beicon. Bernays pregunta a cinco mil médicos qué es más aconsejable, un desayuno consistente o uno frugal. Los médicos se decantan mayoritariamente por la primera opción, así que el publicista filtra a los medios el resultado magnificando el dato menor de que algunos especialistas han recomendado el aporte de proteínas y grasas en forma de huevos y beicon. Los periódicos informan sobre el asunto como si hubiera sido fruto del análisis médico, y durante meses no se habla de otra cosa en la calle, en las tertulias y en las conferencias. De esta forma un solo señor, Edward L. Bernays, movido por los intereses particulares de un cliente, no solo cambia los hábitos alimenticios de toda una nación, sino que es capaz de influir en el consenso científico.
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